15 de agosto de 2012

ROZANDO LA LOCURA





J. M. Ferreira Cunquero

Reconozco que la tertulia que formamos una banda de amiguetes ha rozado la locura. Es posible que el mismo diablo, que habitó las cuevas de esta Salamanca (según dicen hace siglos), emergiese de extraños alcoholes, y entre risas hurgase lumbres que ocultaban el mal humo de alguna rabieta.
Todo empezó cuando abandonamos a propósito, en una céntrica tasca de la ciudad, un libro que sólo su autor y quienes lo han pagado aseguran por ignorancia que puede ser de poesía. Ocurre que, cuando las molleras tienen escasitas luces para alumbrar el porche, suelen derrochar pasta con soltura aunque nada más sea por alzar el cuello en cualquier esbozo cultural de poca monta.
El ejemplar nauseabundo al que me refiero es todo un amasijo de ideas caducas, que dan el cante bajo el soporte de una prosa que tiene de literaria lo que un servidor de obispo. Los tropezones lingüísticos no dejan ver un verso ni por asomo, y el incoherente uso gramatical esgrime el atroz intento, cosa poco extraña en tan osado junta letras, de reinventar la lengua de Cervantes.
En el texto se escondía, para qué negarlo, un altar a la gilipollez humana que surge cuando, insensatos, los ignorantes se revuelcan en harina, esperando amanecer dorados como el trigo.
Después de ser despreciado el libro por curiosos dueños circunstanciales, sin que nadie lo hiciese suyo, decidimos buscar la forma de abandonarlo en algún lugar acorde con su pestilente olor a intrascendencia.
Para estas cosas del cachondeo, hemos de reconocer que el vino, comedidamente utilizado, despeja de tal forma los agarrotamientos musculares de la risa, que el rito protocolario nos sumió en cierto abandono con tufillo a pitorreo. El diablo hizo de las suyas, apoderándose vilmente de nuestra conciencia hasta hacernos entrar en trance. Ahí se terminó la poca cordura que nos quedaba, esfumándose la seriedad en quienes pensábamos ser incapaces de destruir aquel superficial y fútil bodrio.
Tan fuertes fueron los espasmos de genialidad y ocurrencia que provocó aquel recital que nos dimos, que la chavalería que abarrotaba la taberna escapó de sus asuntos para estar pendiente de los nuestros.
Mientras el fuego se comía aquel vano proyecto que intentó, sin conseguirlo, arrejuntar alguna estrofa, juramos que cada añada en la media noche de San Juan, hemos de proponer otro libro que no merezca, según nuestro criterio, gozar de existencia alguna. Más claro quedó (y eso es lo que me hace coserme la boca) que nunca revelaremos el nombre del autor elegido para este jocoso encuentro con el libre albedrío que tanto nos congratula, por ser uno de los principios tertulianos que perseguimos desde siempre.
Esto es lo que me causa cierto desasosiego, pues es toda una desgracia para el  mundo del espectáculo que quien firma tan repelente libro no se dedique al mundo del humor, donde brillaría como un astro. Y es que jamás nos hemos reído como aquella noche, en que superamos con creces nuestro machacón interés por los entresijos del marujeo cultural que nos rodea.
Como ya sé que para estas resacas la Aspirina poco hace, me cogí la Música de aldaba, que Blanca Sarasua ha hecho sonar como pocos en el ambiente poético de este tiempo. Con ella y con uno de los libros más recientes y emocionantes que he leído en mi vida, y cuyo autor es un tal Antonio Sánchez Zamarreño, he logrado olvidarme del sofoco provocado por tan atrevido “poeta” y de quienes pagaron con dinero ajeno la bazofia.
De todos modos, si quienes sufragan estos montajes no reciben la crítica de sus mecenas…, pues eso, a seguir, que la risa es el mejor brebaje para matar el tiempo.

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