De ahí que el poeta sea hijo de su experiencia, que da luz a su sentir, que es palabra en él. Y si hay una escritura que se adapte como un guante a su creador, ésa es la de José Manuel Ferreira Cunquero. Escritor prolífico y sorprendente, tanto en prosa como en verso, su palabra es como un aguijón que inquieta y no acaricia, que incita al desasosiego. Ferreira Cunquero emplea una palabra punzante, con aristas, como modo de despertar las conciencias dormidas. No otra cosa es, al fin y al cabo, el afán poético desde hace siglos, una corriente que cruza los tiempos y los espacios y que desemboca en nuestra época en ese deseo de que la poesía pueda modificar un poco el mundo, de que alcance hasta allí donde el pensamiento lo permita, como bien lo ha atestiguado esa corriente "de la experiencia" que ha hecho verter tantas líneas a críticos y a enemigos. La poesía de Ferreira Cunquero comparte con ella la dimensión cotidiana y social de la palabra, pero sin perder de vista el calado reflexivo que debe tener todo poema y la conciencia estética que mueve cada verso. Su poesía es, ante todo, herida. Lo ha dicho siempre pero nunca tanto como en este último poemario Trashumancia del delirio. Y es una herida que no sangra, pero que tampoco cicatriza.
Es como carne abierta de forma permanente a la sal del mundo. El lector que se aproxima a esta escritura reconoce en ella al hombre, a la persona que se se sirve de la palabra esencial y concentrada para denunciar la vida. Y hablo de denuncia en su más amplio sentido...
Fragmento de Ejercicios de Memoria | Preámbulo del libro Trashumancia del delirio
Escrito por Asunción Escribano, catedrática de Lengua y Literatura de Universidad Pontificia