J. M. Ferreira Cunquero *
Al llegar a la iglesia católica de
San Pablo, en la barriada de Tabbaleh en Damasco, sin querer se percibe una
emoción extraña, cuando situamos uno de los pasajes más impresionantes que nos
narran los Hechos de los Apóstoles, en la trasera de aquel templo, donde
pernoctase Juan Pablo II en su trascendental visita a Siria. Los restos de una
calzada romana, según la tradición, marcan el lugar donde San Pablo cayese a
tierra cuando pretendía entrar en Damasco para perseguir a los cristianos.
Llegar a este centro de peregrinos,
que buscan las huellas del apóstol por las mágicas rutas de oriente, y
encontrarse allí con el padre franciscano Romualdo Fernández es percibir que la
suerte nos ha dispuesto la ceremonia perfecta para adentrarnos en Siria con los
argumentos de quien conoce y vive como misionero, no sólo sus tareas
apostólicas, sino su devoción y perseverancia sin reservas en la investigación arqueológica, particularmente la de los signos cristianos, que por aquella
tierra guardan vestigios que firman sobre la historia lo que fue de vital
importancia para la propagación de la Palabra de Cristo.
Ir a Siria, pasear y sentir la encrucijada de calles en la
ciudad vieja de Damasco, es percibir el tiempo dormido en el enamoramiento que
besa ancestralmente aún mágicas sombras. Ver desde Yebel Qassioun la ciudad
como un dibujo de fantasías indescriptibles; los verdosos minaretes de las
mezquitas al anochecer, conviviendo con las torres de las iglesias cristianas
que se alzan como queriendo argumentar que es posible el abrazo entre todos los
hombres.
Es fácil enamorarse de Siria cuando tenemos la gran fortuna
de ir de la mano de este fraile entusiasta, que regenta aquel centro donde se
hospedan gentes llegadas desde todas las partes del mundo, para adentrarse en el
atrayente camino de San Pablo. Fray Romualdo tiene una vinculación con el mundo
árabe prácticamente desde toda su vida, por ello goza de una manera muy especial
cuando recibe o da asesoramiento, sobre las diversas rutas turístico-culturales
a los españoles que, a propósito o por casualidad, se encuentran con él en la
ciudad damasquina.
Puedo dar fe de que en Siria es
pasmosa la tranquilidad que se percibe cuando
se callejea por sus entrañables rincones. El sentimiento de seguridad y sobre
todo la escasez de turistas en los indescriptibles lugares sirios hacen que el
viaje por aquel país se convierta en una aventura inolvidable, que a menudo escarba
en la nostalgia, como necesidad de nuevos regresos.
El
padre Romualdo Fernández Ferreira salió de su Zamora natal y más concretamente
de Figueruela de Abajo (pueblo que en Aliste guarda la sabia humildad de sus
gentes) prácticamente siendo un niño. Desde el convento de Chipiona inició en
Tierra Santa su interminable aventura por los países árabes, donde los
franciscanos diseminan sus conventos como muestra de esa viva relación que
mantienen, desde hace siglos, con las benditas tierras que testifican la gracia
de los primeros cristianos. A lo largo del tiempo, como hombre ilustrado,
sustentó las máximas responsabilidades dentro de la orden franciscana. Es autor,
en las diversas lenguas que domina, de varios libros, siendo su última
aportación un impresionante estudio que, bajo el titulo de “Símbolos Cristianos
en la Antigua Siria”,
ha sido editado en árabe y español por la Université Saint-Esprit de Kaslik en El Líbano. Las fotografías y los dibujos del propio
autor nos llevan por una especial trayectoria, que documenta la variedad
extraordinaria de estos signos incrustados en la piedra, principalmente granítica,
que no ha podido borrar el trasgresor vaivén de los tiempos. En sus más de
trescientas páginas el padre Romualdo Fernández nos traslada a la Siria
bizantina, que él conoce como nadie por sus estudios de campo y por su minuciosa
dedicación a la difícil tarea de descubrir las figuras que guardan, seguramente
todavía, la voz apasionante que ha permanecido callada en los umbrales más
lejanos de la propia historia. No hay dintel o balconada que él no haya
investigado en esa rica zona geográfica, donde Siria asienta los pueblos
cristianos que, aun sufriendo un triste abandono, se resisten a derribar
definitivamente las espadañas de las iglesias que, erguidas, bendicen con
orgullo desde su altura el pedregoso paisaje. Los dibujos del libro reproducen una
plural variedad de signos esculpidos entre los siglos IV y VII. En cierta forma
es sobrecogedor y emocionante descubrir los grafitos grabados por los propios
arquitectos de aquellas magníficas y portentosas construcciones, así como los
realizados por la gente del pueblo que, según el padre Romualdo, ansiaba dejar
patente, en estas expresiones artísticas, verdades ancestrales de creencias y
plegarias.
Estamos sin duda alguna ante uno de los más relevantes expertos
del mundo en el estudio de la Cruz a través de los signos. Por ello cuando el autor
afirma en esta interesantísima obra que la mayor parte de los elementos
decorativos del Macizo Calcáreo de la Siria bizantina son símbolos cristianos, podemos
comprobar la importancia que el cristianismo tuvo en las vivencias del pueblo y
cómo éste fue vivido de forma intensa antes de que la religión musulmana fuese practicada
mayoritariamente por los sirios.
Adentrándonos en las páginas del
libro, nos atrapa una curiosidad que despierta esa atrayente invitación que ayuda
a penetrar en el fantástico mundo del conocimiento. “Símbolos Cristianos en la Antigua Siria” puede
ser una inicial incitación a sucumbir en la búsqueda de la Siria cautivadora
que expande por todas sus latitudes el trascendental cruce y encuentro de las
más importantes culturas que conoció la historia a través de todos los siglos.
Nuestra gran suerte, si sentimos la
llamada del hechizo siríaco, es poder reunirnos con este ilustre hijo de la
tierra zamorana pues, pese a todas sus innumerables tareas y compromisos como
responsable de la orden franciscana en Siria, se brindará sin la menor duda a
asesorarnos en todo lo que sea preciso para que no olvidemos nunca uno de los
viajes más interesantes que podemos hacer por el cercano oriente, si nos atrae
la voz de las piedras, que buscan ser en nosotros abrazo imperecedero, que
viaja desde los otros lugares del tiempo para mostrarnos uno de los rastros más
ricos y atrayentes que jamás haya dejado sobre la tierra la desconcertante historia
de la cultura humana.
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