J. M. Ferreira Cunquero
Yo tengo una prima a la que no
conozco, por más señas que me dan a todas horas los afortunados pastores que
alborotan el entorno social que nos añusga. Una prima, que amamanta un insólito
riesgo, que precisa, según dicen, ser rescatada por la chusma gerifalte del
cotarro nacional y toda la comparsa europea de flautas y bandurrias. Mi prima
se ha metido en un tinglado de tal calibre que, mientras unos van con la
manguera, otros vienen con la fogata que encandila debilidades placenteras en
quienes son a nuestros ojos los más listos de la clase. El caso es que, como no
conozco a esta prima, me han colgado su retrato en las entrañas para que me
vaya acostumbrando al infecto olor que desprende su fastidiosa cochambre
funcional. Por esto pienso que mi prima es otro muerto que tratan de colocarme
en el nicho de la paciencia, con tanta impaciencia, que me hace sospechar que a
lo mejor no tenemos afinidad acreditada ni vínculo alguno que nos una.
Mi tío me ha puesto al corriente de
sus promiscuas aventuras de mocedad tardía, reconociéndome que una vez tuvo un rollete con una piba facilona, que de
tanto pavonearse infló un día con tanto furor la burbuja de sus bellezas, que
al estallar dejó a la vista un careto de ladrillo que le heló repentinamente el
morro. La moza parece ser que mantuvo devaneos con toda clase de oportunistas trafulleros y que hacía la calle, como
si fuera calceta, por esas esquinas de Dios, en las que hasta Dios huye, por si
le chingan la cartera. De ahí pudo nacer esa prima que me quieren endiñar a
estas alturas los bananeros dirigentes de la mamandia que nos lleva, entre horteras pasodobles, en procesión
hacia el páramo vergel de los idiotas.
El caso es que con esta prima inesperada
que nos han colado en la familia, está llegando toda una jauría de parientes al
convite. Fantasmones trajeados que, pese a engullirse la chanfaina, se
atiborran hasta con las miserias de la pocilga común que a duras penas mantenemos.
En la viña que cuidamos a capricho, por si faltaba algo, como libélulas, los
muy cabrones han succionado las uvas como bestias, hasta dejarnos sin una gota
de mosto para el vino.
Es mosqueante que hasta los
mandamases europeos deseen bajarle los humos a mi prima, mientras amenazan a un
servidor de que, si la moza no se aviene a sus pretensiones, me puede tocar,
por parentesco, pagar los desajustes de una asombrosa merendola. Vamos, que
aquí ha tirado del invento, que trasformaba ladrillos en moneda, hasta el
apuntador de la farsa, que se viene escribiendo, como muy bien decía mi
recordado Félix Grande, desde la prehistoria por los de siempre.
Mientras estaba en la estación
del ferrocarril (por la que ya ni pasan trenes) esperando a esta prima, adosada
por narices a mis lomos, una muchedumbre de gente, excitada, con caras de primo,
saludaba con el pañuelo a un convoy que lentamente iba llegando...
¿Prima? Tracaleros y maleantes,
jueces ineptos y legisladores medio idos. Un tren interminable cargado de
gentuza, que al pisar el andén se convertía en pura mierda manejada por
invisibles dedos, que modelaban sobre ella, el rostro de esta prima que escoña mis
aguantes tan sólo con oír mencionar su asqueroso nombre.
Publicado en el diario El Adelanto 19.06.12
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