6 de septiembre de 2024

MACHISMO ARCAICO

 Releo este artículo que publiqué en mi columna de El Adelanto hace tropecientos años y caigo en la cuenta, de que seguimos en la misma trayectoria del fracaso, a la hora de domar a estos mulos retrógrados que ven a la mujer,  un objeto de su propiedad.





Cuando no reconocemos que somos seres egoístas por naturaleza, podemos llegar a la increíble desfachatez de capacitarnos para crear micromundos donde poder diseñar nuestros reinados. Luego es sencillo convencernos de que nuestra palabra es la verdad y de que incluso lo que aseveramos tiene el rango de ley por salir de nuestras intolerantes molleras. El ser humano puede lograr esto e incluso superar todo lo que ha ido sorprendiéndonos a lo largo de la historia.

       Dentro de los componentes humanos injustificables, el machismo es una de esas especialidades grotescas que se esgrimen, cuando se convierte en un signo inherente al individuo que osa autocomplacerse con una absurda lucha por mantener la supremacía del género masculino, frente a esa avalancha de conquistas, para él injustas, que va logrando con toda justicia la mujer.

       El machorro ibérico lo fabricamos en plan hortera cañí desde tiempos inmemoriales y aunque se van dando adaptaciones paulatinas a la época que vivimos, la especie se resiste a entregar sus armas de consumados acaparadores de los espacios de la mujer. Pero qué quieren que les diga, ese machista arcaico y ridículo, a veces puede ser graciosillo, cuando se ve claramente que no va más allá de la apariencia, pues, si aparece la mujer sensata y defensora de sus derechos, se agazapa ridículamente en sí mismo tratando de adaptarse a la situación. Incluso cuando aparece el machito tipo playa convulsión con taparrabos, tarzán a lo burro, podemos reír la gracia por entender que este estereotipo de personaje está en plena decadencia.

       Lo que sí debe preocuparnos seriamente es que el machismo se introduzca en las entrañas de individuos cerrados que no son capaces de cuestionarse su conducta depravada. Si la mujer se convierte en objeto intrascendente, y su dignidad como ser humano cae en la más baja de las humillaciones, sintiéndose presa pasiva de una reivindicación placentera que viene promovida por un obsoleto derecho marital,  deben encenderse todas las alarmas de la autodefensa, pues dejar que una azotea mal alicatada compulse como justificado el acto violento, que brota del instinto más animal del hombre bestia, puede estar inaugurando el preámbulo de una tragedia anunciada. Las mujeres asesinadas impunemente por sus parejas van llenando las páginas de sucesos como una constante. Son necesarias medidas más rápidas y contundentes, a la hora de desplegar esa ayuda necesaria que desatasque, en la mujer aturdida por ese acoso violento, la toma de decisiones. Mientras seguimos educando a los niños en ese camino de la tolerancia y el respeto, esta sociedad tiene la obligación moral de hacer algo más. No puede ser que cada cuatro días una mujer pierda la vida simplemente porque tuvo la desgracia de enamorarse de un espécimen con aspecto de ser humano que se creyó dueño de su existencia. Ver trabada la autoestima, sentir el peso de la violencia y el terror a una sombra sospechosa, que es dueña, por medio del terror, de todos nuestros actos, debe ser tan traumatizante, que seguimos comprobando como que se anula en la mujer el sentido común de forma tan desgraciada que incluso renuncia a la autodefensa natural que podría salvar su propia vida.

Cuando estos individuos despreciables maltratan a sus parejas creyéndose dioses nacidos para poseer y aleccionar, debe haber algún prototipo de respuesta cercana a ese núcleo familiar destructivo que, nos avise de que alguien puede estar regresando peligrosamente a los primeros tiempos de la evolución humana. Ése es el único momento posible para que acudamos a los cuerpos de seguridad exigiendo una rápida intervención en esa vivienda cercana donde una mujer puede estar sufriendo la más ruin de las vejaciones humanas. No intervenir en este tipo de dramas, por precaución o miedo a presuntas represalias, puede llevarnos a que en breves fechas nos sintamos como intrusos dentro de nuestro propio corazón al ir caminando con la cabeza gacha, llorando detrás de un ataúd.


Publicado en el diario El Adelanto el 16.10.2005

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