2 de mayo de 2024

La carta y el sainete

  Artículos periodísticos

02.05.2024


J. M. Ferreira Cunquero

 

 

Me ha importado un huevo de hormiga enana, ese pasaje circense en el que el presidente del gobierno, (tras una carta calificada por quienes la leyeron de chisme de lloriqueo adolescente) ha vuelto a montar la barraca de su feria inacabable de tomaduras de pelo.

Vamos que he rechazado escuchar las explicaciones del Dr. Sánchez después de ese amago dimisionario, porque tengo jartura del tinglado teatral con el que nos martiriza permanentemente. Y es que he de prevenir que me repita un ataque de risa que pueda amolarme la cocotera. Sí, he de cuidarme de ese recoñe untado en la miel de los despropósitos, que estos días brota de las lamentables colmenas de la nueva casta, porque no quiero diñarlas escacharrándome de gozo.

Y la verdad es que nadie de mis amiguetes ha mostrado preocupación alguna porque don Pedro pudiese hacer las maletas. Oye tú, es que ni los muy izquierdosos, ni los cercanos a los voxes o a los pepetes, creyeron que este hombre que defiende numantinamente por siete votos el estatus de la poltrona del reino, podría soltar las riendas del caballito del poder.

Me ha importado un bledo todo el montaje televisivo o radiado por los voceros afines y hogareños, mientras con mucho tiento he ido masticando, ya digo, para no jartarme de reír, el último chiste de las encuestas familiares que ordena un tal Peñazos, con el empeño ridículo de poner a Sánchez una vez más en el podio más alto del olimpo, solo para satisfacción de sus crédulos y afines seguidores.

Por supuesto que respeto a quienes han ido en peregrinación a Madrid y a todos aquellos que han padecido insomnio durante esos cinco días de la matraca preelectoral catalana. Los respeto, pero al mismo tiempo ando de celebración, al comprobar como el resto del personal, es decir la inmensa mayoría, ha dejado claro que le importa un huevo de piojo cachondo este último dislate del genio moncloino.

La verdad es que el sainete tendría que hacerme llorar de tristeza al comprobar como mi país sigue dando la nota musical discorde, en todos los conciertos internacionales que deben ser importantes para nosotros, más allá de esos recintos que huelen a dictadura datilera de poca monta.

Pero no voy a llorar, porque creo firmemente en la democracia y en los valores del estado de derecho. Porque creo en la justicia y sé que los propios jueces defenderán con la razón en la mano los territorios de la ley. No voy a llorar, porque a estas alturas, a este pueblo nadie podrá cerrarle la boca, y menos a los periodistas que están obligados a ejercen el sagrado y necesario derecho de escribir y hablar desde la posición o el púlpito mediático que les venga en gana. Faltaría más.

Alguien me recetó en un hospital de la amistad no hace mucho, una pócima que ha hecho posible, como decía antes, corregir mis espasmos de risa y mis ataques de cachondeo. El tratamiento es muy sencillo, en horas coincidentes con cualquier informativo que huela a manipulación, cine, libro y cine.

Por eso si Sánchez se va algún día, o se queda, me importará menos que si el cabrón del gallo que me jode el sueño semanalmente a las cuatro de la mañana, se traga una cremallera que le cierre el pico para siempre.

 


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