J. M. Ferreira
Cunquero
El último poemario de Charo
Ruano, Calmar la sed, emerge de las latitudes más
insondables de un alma creativa, logrando inmiscuirse en lo más profundo del
sentimiento.
Martillean sus versos con
espíritu de remembranza esa anochecida del tiempo que nos hizo vivir una de las
más aterradoras pesadillas que nos hayan abrazado. Un tiempo muerto en los
brazos del silencio de las aceras, cuando un monstruo diminuto y desconocido
nos metía a todos en una encerrona propia de una película de terror.
Por eso este poemario, tan
particular y especial, puede enmarcarnos en los ámbitos del recuerdo
ayudándonos a desabrochar, en lo más íntimo de nuestros escondites, aquellos
momentos que vivimos en la somnolencia más atípica y destructora que nunca
pudimos imaginar.
Calmar la sed es
un alarido interno, nacido de la necesidad que autentifica, a través del verso,
la vivencia, proclamando un ansia de libertad —cuando estaban acotados hasta
los sueños— desde el tuétano de la vida entregada o vencida por el análisis
surgido de las endebles estructuras de los adentros. Algo que identifica a
Charo Ruano cuando se entrega con cuanto tiene al rito magistral de su palabra.
Hay una vitalidad extraña en esta
poeta que atrapa cuando se es capaz descifrar la armonía con que reviste el
incombustible recorrido de su experiencia, mostrada y regalada en cada uno de
sus poemas.
Calmar la sed trae
como valor añadido la identificación personal que cada lector va a reconocer
cual si fuera parte imprescindible de sus pertenencias olvidadas en los
recintos carcelarios, cuando la incertidumbre, como una bufanda de miedos, nos
ahogaba la paciencia y, menguado el raciocinio, nos hacía sentir nuestra propia
sed en aquellas atípicas viviendas sin vida.
El poemario se me antoja una
letanía de propuestas filosóficas, de preguntas y llegadas, de silencios y cavilaciones,
que incendian el grito o el coraje cuando la poeta con sinceridad nos hace
saber que su pálpito arría banderas al sentirse invadida por la
desesperanza: No hay amor para
empezar de nuevo/ No hay deseo. No hay hambre/ no hay anhelos. No hay nada…
Y una sed de respuestas arde como
colofón de cuanto anhela en lo más insondable de su ser, cuando Charo clava en
su corazón el matiz definitorio de un momento atormentado al escribir:
Sed de no ser nada…
Esta sed de Charo Ruano me ha engullido en sus fauces, despertándome en
meditaciones anteriores que ya intuí en otros libros suyos, cuando logra que me
sienta aludido, cual si fuera interlocutor protagonista de la referencia
poética o parte del diálogo que interpela esa comunión que preconiza el abrazo universal
y sin medida que surge de la escritura.
La obra expande trazados rítmicos, estructurados con la maestría que dan los años en ese camino inagotable por los vergeles de la palabra. Rimas con el marchamo de la raíz cadenciosa que te van llevando hacia la motivación de regresar para revivir lecturas posteriores.
Calmar la sed se
ha convertido estos días en un acontecimiento, que ha reafirmado algo que
descubrí en Charo Ruano en uno de sus recitales, cuando reparé en el latido que
eclosiona, —firma de su propio estilo— cuando remata de forma inesperada la conclusión
de sus poemas.
Calmar la sed es uno de los libros más angustiosos que ha desbrozado mi mente a lo largo de los años, pero a la vez ha sido de los escasísimos poemarios que he necesitado releer con urgencia, curiosamente para regresar a los vínculos que como ser humano necesito para seguir hallando, aunque sea a cuentagotas, unos gramos más de esperanza.
Gracias Charo, por este regalo
que porta en sus contenidos lo que entre estas paredes, ahora aireadas, sentí y
viví como un temblor inacabable de inexistencia.
La presentación correrá a cargo F.
Noguerol, maestra de las cosas de siempre y de la palabra.
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