AL MAESTRO JUAN JOSÉ
Espero que, con el mejor capote de paseo que puedas tener en tu almario, estés haciendo el paseíllo por el redondel celeste, ante un público que de pie reconoce lo que has sido.
Te dije un día, bajo la sombra de una de las más hermosas encinas de la finca de La Celestina, que guardaba en la memoria una tanda de naturales tuyos, que pocas veces pude ver en otras manos. Y te añadía mi contento por conocerte personalmente, gracias a los amigos de aquel lugar ganadero, que es santuario de la amistad que nace a conciencia y con verdad.
A partir de aquel día, en los breves encuentros que tuvimos, me demostraste que seguías en maestro, atizando los rescoldos de la vida y de lo que, en el fondo de tu corazón, seguramente llameaba como torero. Porque un torero (se lo escuché decir a Rafael de Paula un día) hasta la muerte viste de forma etérea el traje de luces con la frente alta.
En este momento, me pregunto cómo será el dolor de los que te quieren, por haber compartido contigo tantas horas en La Fuente de San Esteban; cómo será el vacío si yo, maestro, conociéndote en los condominios de la brevedad, ya noto tu falta.
Te deseo después de la gran faena y memorable tarde que has tenido en la plaza del tiempo y de la vida, que descanses y que esa Virgen de la Soledad, que un día (me contaron) te dejó descompuesto entre sentimientos y reflexiones mientras pasaba a tu lado en La Fuente, ahora te acune en su seno.
Descansa y sé feliz, muy feliz por ese toro que al final conseguiste bocetar con tu arte, hasta convertirlo en el cuadro glorioso que has colgado sobre el infinito museo de la eternidad.
J. M. Ferreira Cunquero 20.07.2020
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