J. M. Ferreira Cunquero
Foto: blogalternativo.com
Los campanarios desde lejos
erguidos, con las frentes altivas dominando el paisaje, incitan a penetrar en
ese mundo rústico que la tierra castellano leonesa distribuye por sus contornos
como algo consustancial a su propia existencia. Pueblos que en la lejanía del
horizonte y muchas veces bajo este cielo, padre y señor de Castilla, nos hacen
suponer la magia del pincel de los tiempos sobre esos decorados únicos que
alimenta como un tesoro esta tierra.
Por esto y por otras razones
emotivas y entrañables es por lo que debe dolernos en lo más profundo ese
abandono que lentamente ha ido corroyendo al mundo rural. Es conmovedor ver
esos pueblos exhalando por el multiforme paisaje castellano la irreversible
decadencia que lentamente les hace agonizar, hasta borrarlos incluso del mapa
en el más lamentable de los olvidos. Algunos ya son simplemente figuras
fantasmagóricas en el horizonte desolado, que se fueron apagando cuando la
tierra advirtió sobre su piel de contrastes la ausencia del hombre. Hombre y
tierra como simbiosis inseparable del argumento esperanzador que mueve la vida.
Pese a todas las discusiones y
debates, que sobre este tema se suscitan continuamente tratando de buscar
culpabilidades, (sobre todo entre la clase política) creo que nadie tiene
responsabilidad directa en este trágico destino que perciben muchos pueblos
como una metamorfosis crónica que les lleva hacia una irreversible
desaparición. Es el propio sistema económico-social que hemos creado, el que va
engullendo todos los aspectos o fenómenos que contradicen o presuponen un
ataque a esa aspiración prioritaria del consumismo, que nos obliga a vivir bajo
el amparo de su red tentadora.
Cuando la comunicación ha roto
definitivamente las distancias y la información es una sugerencia imperativa
que nos adecua en los cercos de un mundo idílico que nos atrapa, es
difícil salvarse del modernista abrazo
del tiempo. Los jóvenes de nuestros pueblos tienen el mismo derecho a esta
aspiración de subirse en el tren
incitador del consumo y la prisa. También por razones de estudio y otras
influidos por la parafernalia publicista o el deseo de muchos progenitores de
lograr que sus hijos no queden atados a las exigencias del complicado sector agrícola-ganadero,
es por lo que en otros casos los jóvenes abandonan el ámbito rural.
Pero claro, una cosa es que la
clase política no sea culpable directa en el fondo de la despoblación que
sufren los pueblos y otra muy distinta que no se pongan todos los medios
precisos para mimar, apoyar y ayudar a quienes todavía luchan desde el entorno
familiar con todas sus fuerzas por no huir de los surcos que comparten con
ellos la vida desde que nacieron.
Las migajas europeas no bastan
para solucionar las diversas problemáticas que padecen los pueblos.
Principiando el siglo XXI, los camiones cisterna siguen apagando la sed de
muchas poblaciones. La atención médica en diversas zonas es alarmantemente
deficiente. La enseñanza o la incomunicación absoluta cuando caen cuatro copos
de nieve es otro problema reiteradamente añadido.
Hemos de reconocer en las
gentes de estas poblaciones que sufren la decadente situación del abandono a
los auténticos héroes de este tiempo. Ayudar a la escasa pensión de autónomo
con los productos exprimidos a la tierra con dureza, merece una atención
prioritaria en quienes tienen la obligación de que la equidad entre los
ciudadanos no sea sólo letra escrita con llamativos luminosos constitucionales.
Sobran ya promesas y palabras. La imaginación decisiva de los políticos tiene
que reconvertir esta situación lamentable en una vía con futuro, que genere en
la escasa juventud del mundo rural la certeza de que es posible disfrutar de
los medios precisos que satisfagan las necesidades imprescindibles.
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