2 de noviembre de 2012

NOCHE DE DIFUNTOS





J. M. Ferreira Cunquero


El sonido de las campanas penetraba por la chimenea como un puñal de inmenso dolor. Tocaban a muerte durante horas, con un lenguaje que promovía escalofríos. Después, los terrones, secos como piedras, arrancaban del ataúd el sordo sonido de la oquedad en la madera.
Peor que aquello, mucho peor,  era subir al sobrao en la noche de difuntos, con aquellos candiles de aceite que esbozaban sombras siniestras, figuras espantosas con ansias de abrazarnos.
A la lumbre de las jaras, brotaban las asombrosas historias de siempre. Pura tradición verbal, que nos embutía el terror en las entrañas. El ti Manuel las refería con espíritu teatral, logrando que los rapaces palpásemos en aquel anochecer el corazón del miedo.
En una noche de difuntos, mi padre fue retado a entrar en el cementerio de Figueruela de Abajo a coger de una cruz la rama de negrillo que para aquel menester había sido colocada sobre ella.
Cada año, mi padre describía esta historia anhelando recuperar la tradición que, en la noche de difuntos, en otra época, vigorizaba el vínculo familiar que, desde los ancestros, emergía para evocar épocas que guardaban un latido de verdad en sus leyendas.
Abigarradas nubes tupían la negrura que cegaba de oscuridad el campo santo. Cuando mi padre asía de la cruz aquella rama, sintió cómo se le paraba el pulso. El sudor le brotó helado del mismísimo umbral del miedo. Fueron dos segundos -decía mi padre-, dos golpes de reloj sintiendo una sacudida letal, irrepetible.
Al grito de mi padre, siguió el alborozo de la mocedad festejando entre risas su chanza.
La perra de mi padre, compañera de muchos vericuetos recorridos, fue introducida por los mozos en el cementerio. Siguiendo el rastro del amo saltó repentinamente sobre su espalda, sin dar un ladrido.
Lo que le sucediera a otros mozos en ese anochecer de siniestra temeridad, sirvió para que mi padre, resarciera con creces la broma sufrida. Como dice el cuento, las bromas duras con la dureza de otras bromas en esta tierra se amortizan.
Publicado en el diario El Adelanto de Zamora y en el de Salamanca el 2.11.12

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