J. M. Ferreira Cunquero
Cómo me apetece posar mis letras aquí en Zamora, y en El Adelanto, que acompañó en mi niñez el ritual salmantino dominguero, junto a fragancias de pan pringao en aceite y braseros de cisco en heladoras mañanas que siguen destilando, con aquella niñez, la vida.
Hace dos años, cuando tuve la fortuna de pregonar la Semana Santa de Zamora en Salamanca, creo que dejé bien claro que esta tierra es la casa de la sangre donde guardo con extremado mimo los aperos que marcan con orgullo mi origen:
Aquella tierra es licor de mi recuerdo, / el humus del vergel que lacta el beso / o el afán de tornar al embeleso / de nacer entre zarzas y amapolas, / o anocheciendo, en el aire que trova, / tras los adobes de Aliste el recuerdo…
Vertical, como perenne mayo, ansío erigirme en los surcos existenciales para que aflore mi enraizamiento. Pálpito de la llamada que percibe resonancias de emoción al sentir, en estos rincones, la pócima del silencio, en que Zamora como ningún otro lugar esculpe a pie de calle lo que somos. De ahí la naturalidad de este Gólgota de piedra y sueño, que levanta sobre su piel la cruz zamorana, como señal de que el Cristo encarnado (que tanto mencionase el inolvidable amigo y maestro Francisco Rodríguez Pascual) viene a incrustarse con cercanía popular en las trascendentales honduras del hombre.
Días santos, en los que el anochecer atesora en el corazón incendios de negrura y grito, de oración íntima que expande por la ciudad estéticas ancestrales que rasgan conmoviendo la vigilia y el fervor de un pueblo que manifiesta con orgullo la riqueza de su cultura ungida con abolengo de siglos.
Atardece candorosa / en la calle la costumbre, / raíz de lo que somos, lumbre, / ascua del ayer ansiosa / por encender hoy gozosa / los sonidos inmortales. / El silencio en sus umbrales / palpita con las campanas / que en las rúas zamoranas / va tocando El Barandales.
Zamora tiene el privilegio de ser fiel a sus propias esencias y, al abrir con autenticidad el rico bagaje de sus costumbres, es tocada por la sencilla desnudez, que la engrandece haciéndonos vivir momentos intensos que nos trasladan a nuestro pasado.
Esta Semana Santa es excelsa por la austeridad que remarca esos valores, vinculándonos a la incomparable historia que nos precede. Por esto, las procesiones zamoranas seguirán apuntalando su interés pedagógico-costumbrista más allá del movimiento turístico que promueve de forma tan especial esos días. Por encima de todo, creo que estas procesiones auspician un apostolado vivo de la expresión popular de una fe que, a parte de la imagen, expresa sonidos y olores propios de la tierra amada.
No hemos de olvidar, por otro lado, que las cofradías tienen su significado dentro de la iglesia, y que las procesiones, como expresión pública, sólo pueden mantener su existencia en nuestros días si son testimonio cristiano de verdad, con raigambre en la memoria del pueblo.
En esta ciudad, desde mi punto de vista, sobran las innovaciones improcedentes y los pretextos que intentan, bajo la pauta de modas pueriles, introducir artilugios o despropósitos, que resaltan el esperpéntico espectáculo de mostrar signos de expresión suntuosos que nada tienen que ver con el acentuado rigor identificativo del terruño castellano. Las procesiones que nos hacen sentir un temblor ancestral cuando salen a la calle (todos lo sabemos) son las que manifiestan la sobria pulcritud que remarca el valor de su entronque con la incomparable tradición que nos antecede.
Y así estas enveladas calles incitan a despertar sueños añejos, vivencias que surgen para explorar dentro de nosotros mismos el cálido refugio del sentimiento. Persuasión de la eternidad nocturna zamorana, que resurge con el eco bestial del martirio. Bañados de arrepentimiento, vuelve a irradiarnos con su bondad el Crucificado, que nos perdona, mientras surge de la estremecida voz de la ciudad el Miserere.
La vieja luz del hachón en silencio / licua en sombrías horas de muchas noches/ incontenibles ceras multiformes / que se desploman besadas de tiempo, / del nazareno dolor que descarna /el crudo tormento que aún nos señala /como verdugos de su sufrimiento. / En agonía sobre el rudo leño /con la muerte en lo más alto / se cita cuando expira en solitario / la bendita inocencia del Cordero.
Al miércoles, una oración misteriosa ahínca en la sangre heladuras. Ensueño de penitentes encapados que infunden, con el farol de las entrañas, melancolías, evocaciones que me ruegan abrazar en los adentros a mi niña madre, pastorcica de anochecidos miedos en los montes de Figueruela, donde tantas veces fue amparada por la ternura del Cristo amado.
La pena quizás entre piedra arda / y en tenues sombras se arrope el dolor, / dolor de la tierra o triste clamor / que besa en la noche el viento que carda / la etérea capa de mi Aliste, parda, / para cubrir al pasar su sudor / y sienta en Zamora al verse pastor / que su rebaño en las calles le aguarda…
Y cuando en horas santas la ciudad entierra al Yacente con duelo y mimo, es apasionante contemplar a la Señora de Zamora en fiel compaña. Madre de tantas hijas que, en el anochecer del sábado, besan en su soledad el dulce abrazo, que callejea bordando en fachadas y lienzos su sombra.
Es la noche una plegaria / que enclava en su duelo ardiente / el dulce llegar ausente / de la Madre Solitaria. / Luz de ternura incendiaria / que en soledad, seductora / irradia de amor la aurora / y en su rostro la semblanza /que va esparciendo esperanza / por las calles de Zamora.
Comitiva de amor que encuentra, en feliz Vigilia, con la sangre del Hijo Amado, la salvación del Hombre.
Poemas extraídos del Pregón de la Semana Santa de Zamora en Salamanca del año 2009.
Publicado en la edición especial de Semana Santa de diario El Adelanto de Zamora 14.04.11
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