J. M. Ferreira Cunquero
Cuando escribo estas letras está finalizando en la provincia salmantina el rodaje de Animal Piedra, dirigida por el cineasta Juan Figueroa y en la que el escultor Severiano Grande interpreta como actor principal posiblemente su propio sueño.
A Seve lo he visto, aparte de fundir su mirada en las esculturas del museo del Cairo, buscar en el lenguaje con aquellas piedras la justificación de su origen. De esa complicidad con la materia, que le brota de los genes como al resto de los mortales el aliento, dominó el basalto o la dureza del granito, para introducir en las querencias de mi entorno la Diosa de Gredos y un Cristo, que han logrado que pueda oír por fin su voz.
Y es que este escultor, indomable y rebelde ante todo lo que tenga que ver con absurdos horarios que esclavizan al gentío, es blando y asequible ante una extraña sensibilidad que le permite desde siempre entender el grito de la materia como bálsamo de vida para sus penurias existenciales. De ahí esa entrega total y permanente al contexto propicio en el que Mari, por conocer tan a fondo la genialidad de su compañero de vicisitudes, ha acabado convirtiéndose en su fiel aliada, no sólo para compartir ensoñaciones, sino para implicarse de forma total en maravillosas y ocurrentes locuras, que aparecen como necesidad de un desasosiego que alimenta en el escultor serrano una deslumbrante inquietud creativa.
El protocolo de Severiano Grande siempre surge de la emoción que insistente le revela el alma de las moles graníticas antes de ser dominadas por su privilegiado pulso. Por haber sido testigo de estos encuentros, donde vacía la mirada en los etéreos abismos de la materia, sé que como actor en Animal Piedra va a sorprender a quienes no lo conocen en ese aspecto del abandono, donde nace el misterioso hábitat de los artistas con autenticidad y duende.
Siendo un chaval, Severiano Grande fue titiritero. Junto a su padre (actor de primera según decía Ramona, su madre) recorrió la Sierra de Francia buscando el sustento. De esa vivencia le viene cierta predisposición a mostrarse en pequeñas incursiones interpretativas, de las que podría destacar el recuerdo de un Lunes de Aguas en los aledaños de San Miguel de Valero. Metido en el buraco de un viejo tronco, nos interpretó un excéntrico monólogo con tanta pasión, que tuvimos la certeza de que el eco multiplicaba con deleite su voz por el valle.
Juan Figueroa ha sabido descubrir que nuestro escultor es infalible a la hora de dominar la materia, no por el golpe tosco sobre el cincel, sino por el prodigio que en Seve se muestra indagando lenguajes únicos e ininteligibles, que le susurran dónde y cómo debe trazar su empeño hasta descubrir la piel de la piedra. Acariciar esa dermis de perfección es el cenit de su andadura interminable en busca de la verdad.
La película es en el fondo un hermoso diálogo poético entre los sonidos musicales de la obra natural y las miradas del escultor, renaciendo para entregarse al ensueño, donde más que quimera, vuelve a ser realidad ese otro lado de las sensaciones donde existimos para amar lo imposible.
Si hemos de felicitar a Severiano Grande por haber sido elegido como eje central de la película, más hemos de agradecer a Juan Figueroa esta incursión en un proyecto que doy por seguro que conmoverá a ese público sensible que sigue existiendo para amar en silencio la belleza.
Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca- 23.03.2011
Avísanos cuando llegue a las pantallas, que espero que llegue.
ResponderEliminarun abrazo, poeta