3 de enero de 2011

ORA ACCIÓN. ANDRÉS ALÉN



J M Ferreira Cunquero


Foto: Santiago Santos. Portada Catálogo
Desollar la existencia con ánimo de subsistir en la bulla mundana que nos va cercando con intransigente agobio. No ser pasajero de la bobalicona travesía que siguen diseñándonos a golpe de tv los trogloditas patrios del montaje cutre.
Andrés Alén en el fondo es un constructor trashumante de sueños que escrituran espacios donde forma y color enmarcan a golpe de ingenio su pertinaz subsistencia. Sin ataduras, Alén es un constante investigador de insinuaciones y peregrinajes que logran descubrirnos el gozo naciente del arte como revelación del asombro. Imperio de la necesidad intransigente como desazón que ampara el afán de seguir estructurando, (para suerte nuestra) la imparable y sorprendente dimensión de este genio del arte de nuestros días.
No deja de ser una sorpresa gratificante, descubrir la espectacularidad de la sala de exposiciones Santo Domingo de la Cruz al fundirse en una combinación integradora con el proyecto de Alén. Armonía en el desafío que impregna el reto de tan impresionante espacio.
La muestra estructura en su conjunto el componente seductor que nos anima a involucrarnos en otra preliminar aventura por los paisajes del alma que bullen en el pintor con cadencias clarividentes de luz y armonía. Armonía de la seducción que nos hace reflexionar entre contrapuntos místicos que rasgan con hondura banalidades o encuadramientos en matices políticos que embadurnan de vulgaridad entornos y ataduras.
No es difícil sorprenderse cuando descubrimos que en cada cuadro el artista ha sembrado pacientes horas de aproximación a veladuras y reencuentros con el abandono memorable que intenta reconstruir quizás, en el monje que es abatido por la explosión natural de la belleza inaudita su propia existencia.
Laberintos de encrucijadas que nos van llevando al caos que nos redime si observamos nuestra presencia entre sombras que indagan aún donde puede morar el destino o la ausencia.
Alén consecuentemente se desnuda y tal como es él cuando doblega el tiempo en cualquier tertulia, nos aproxima a las contradicciones religiosas, donde podemos reencontrarnos en carruseles próximos al fanatismo que masculla recelos, o recordando como él dice, el tesoro ancestral en nuestros pueblos serranos.
La exposición tiene el marchamo del pintor en los textos que complementan desde mi punto de vista muy acertadamente la exposición. Palabras que nos ubican en la poética reflexiva como conjuro de tiempo y verdad: Esa piedra arenisca que el viento desgrana hace de mi ciudad dorada un bello reloj de arena…
Y como plegaria de luz, la noche. Porque la hojarasca resalta su amanecer en nosotros mientras penetrado de oscuridad el artista inhala sensaciones místicas de existencia. San Juan de la Cruz mientras tanto deambula por los contornos que Alén sigue descubriendo a golpe certero de cartón desgarrado.
Al fondo de la sala, como culmen dominador de espacios asombrosos, la octava esfera nos ubica en un cielo golpeado de pacientes misturas que profundizan quizás a base de estrellas veladas el sueño intemporal, salmantino. Un cuadro que nos merecemos. El pequeño ardor de quienes manejan nuestra pasta debe localizar un espacio donde cuelgue como signo de nuestro tiempo esta impresionante obra.
El dominio de la técnica empleada, las dosis de fortuna o el estudio minucioso en cada fragmento de estos portentosos cuadros debe quedar para la visita obligada que debemos hacer o repetir hasta dar con la oración que Andrés Alén nos entrega, como aliento humano que ha de regresar para seguir dándonos vida.
Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca 3 enero 20010

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