J. M. Ferreira Cunquero
Hace algún tiempo escribí con premeditación unos apuntes para este último artículo, que cierra esta etapa como colaborador de El Adelanto.
Pensé en resumir irónicamente lo que ahora se va a quedar silenciado en los que serán caducos archivos de tiempo y memoria.
Se me ha ido abajo este objetivo, al repasar viejas letras que fueron escritas por un servidor hace años, y publicadas.
Doy con el “Café con Gotas”, en el que Enrique de Sena me hizo un inolvidable guiño por una crítica que escribí para El Adelanto sobre el muladar andante, que en forma de río deambula por esta ciudad, más que retratando, escondiendo en sus aguas fecales el soto de torres que enamorara a Unamuno.
Con otro papel, que encuentro en una manoseada carpeta, torno a un lejano atardecer en el que, siendo un chaval, puse sobre una mesa de los antiguos talleres de El Adelanto en
Por haber llevado al periódico las colaboraciones periodísticas de mi tío Eleuterio Ferreira, conocía el procedimiento que debía utilizar para darle salida a aquella incontenible ilusión por ver mis primeras letras publicadas. Al girarme, un tipo alto como un castillo franqueaba la puerta de aquella oficina. Mi inseguridad, casi infantil, hizo que me temblasen las piernas ante la enorme desgracia de haber sido descubierto. Eran años en que, rozar la osadía, te fabricaba un alud de fatales consecuencias que, por fantásticas, eran significativas. Aquel tipo leyó en silencio, sin inmutarse, el folio que acababa de dejar sobre la espectacular parva de correspondencia. Con cierto tono policíaco, el periodista me condenó a leer El Adelanto del día siguiente, donde saldría publicado mi artículo. ¡No recuerdo haber cruzado el puente de Enrique Esteban con más felicidad en toda mi vida!
Entre este montón de papeles, doy con otro artículo que, en la víspera del Corpus, le entregué en mano a Enrique de Sena, dando por hecho que no sería publicado. Con el título El caballo desbocado del poder, criticaba con ácida socarronería al presidente del gobierno, Felipe González, en sus horas bajas. Esta vez sin ojearlo, el inolvidable maestro de la palabra me aseguró (con especial sonrisa instigadora) que mi colaboración, sin problema alguno, vería la luz, no porque suscitase interés alguno para él, sino porque no le caían mal del todo los juntaletras aficionados de mi calaña.
Pasados los años, después de haber colaborado en Tribuna de Salamanca, me vinculé a este periódico, que sigue oliéndome a mañanas domingueras, donde el abrazo familiar irrepetible rescata, de manos de mi padre, el rito de su lectura.
Por todo esto, solo me queda decir, a quienes han hecho posible cada semana que pudiese asomarme a este balcón impreso a vocear una parte de mi verdad, gracias. Gracias, por no haberme exigido ni insinuado el cambio de una sola coma a lo largo de estos años. Gracias, a cuantos me hicisteis llegar como lectores vuestras críticas por no coincidir conmigo en ese matiz que nos ayuda, dentro de la pluralidad de opinión, a ser más libres cada día.
Sólo me queda añadir que deseo lo mejor a todos los columnistas que, con diferentes reflexiones, ejercen el derecho fundamental que sostiene los pilares del sistema democrático. La libertad de expresión es uno de los baluartes imprescindibles para seguir construyendo nuestro futuro.
Dos proyectos culturales requieren mis horas aunque, conociendo este arrebatador desasosiego de la escritura, no descarto volver dentro de cuatro días. ¿Cuándo? ¿Dónde? El tiempo medirá esta dolencia patológica incurable que sigue teniendo cada día más sed de letras. Para todos sin excepción, sea el fuerte abrazo de mi agradecimiento.
Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca el 27.04.10
No hay comentarios:
Publicar un comentario