EL CAJÓN DE LOS RUIDOS
Son algo más que pequeñas anécdotas,
más que travesuras propias de adolescentes. No pueden calificarse como insignificantes
incidencias, tratando de justificar la dejadez asombrosa de este tiempo, que ha
ido mutando su escala de valores en esa búsqueda falsa de un aparente sosiego
que nos conduce a un fracaso social sin precedentes.
Algo debemos hacer con premura para
sanear las aulas, erradicando todo tipo de acoso y violencia.
La familia, como núcleo, es un
insustituible bastión educacional, pero posiblemente uno de los problemas
resida en que muchos padres irresponsablemente, haciendo dejación de sus
funciones, colaboran en ese incierto camino de la facilidad, en el que se
gradúan al poco de nacer los más pequeños. Son este tipo de padres
consentidores quienes deberían ser educados, antes que los mozalbetes, por lo
menos para no caer en la trampa que puede cegarles oscureciéndoles la realidad.
Ver a esos progenitores transformados en vulgares matones de la edad media,
cuando el profesor de turno censura cualquier acción de sus niñitos mal
criados, debería, cuando menos, ruborizarnos sin excepción a todos. Los
profesores indiscutiblemente tienen que exhibir dentro de las aulas una
autoridad, que debe ser defendida por todos los mecanismos que sean necesarios,
hasta hacer comprender a esos grupos de pequeños mafiosos adolescentes que la
sociedad tiene elementos para demoler sus bravuconadas.
El profesorado esta sometido a unas
pautas que controlan sus excesos o extralimitaciones dentro del ámbito de la
enseñanza, y ejemplos los hemos conocido de todas clases. Es más, muchos
profesores viven bajo el imperio de un terror paralizante, derivado de esa
violencia sorda que, en determinados centros, extiende su red como una tela de
araña propia de la época cavernícola. Por otro lado, es demasiado fácil que se
suscite, ante cualquier medida disciplinaria, la denuncia que penaliza al profesional,
a veces desde un sinsentido que fragua los demenciales intereses de la masa borreguil
constituida por muchos incompetentes progenitores que tienen a sus hijos por
seres intocables.
Ya sabemos que puede ser muy injusto
generalizar cuando se toca esta complicada temática que cada vez va mostrándose
en casos concretos con más virulencia. Pero si a este acoso sufrido por los
profesores, unimos el que padecen ciertos chavales indefensos, es posible que
este conflicto que pisotea los derechos más básicos de la persona necesite una
rápida actuación de quienes gozan de los privilegios que da el poder
institucional para dictar normas de convivencia.
Los alumnos violentos, pese a sus
acciones reprobables no pueden ser tampoco -por muy bestias que nos parezcan-
desechados socialmente o recluidos, como si fueran perros rabiosos, en
correccionales que, más que educar, pueden marcarlos con la exclusión que encasilla
en lugares sin salida el futuro.
Reconocido esto y, ante la golosina
promocional de un consumismo despiadado, que nos va metiendo en su cadena de
montaje cual si fuéramos auténticos monigotes del ferial capitalista, sólo nos
queda exigir que se establezcan cauces educadores en los cimientos más básicos
de la sociedad; tarea complicada cuando el choque de intereses mercantiles de
todo tipo trata de hacernos partícipes de un plan que promueve la
incomunicación y el egoísmo de fondo, que alimenta estas situaciones tan
lamentables. Lo que se lleva es que para que no nos moleste el nene le arreamos
unas buenas dosis de video-consola o teletontería
y oye… qué tranquilos vivimos.
Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca el 11 de octubre del año 2007
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