DESCUBRÍ EL SONIDO DE LAS METRALLETAS
Acaeció
un mes antes del morir Franco cerca de donde vivía
J.
M. Ferreira Cunquero
Aquella noche la niebla
cubría la ciudad dejando un halo de misterio en sus calles. Estaba escribiendo
un artículo para la revista en la que colaboraba por aquel entonces, cuando mi
compañero de habitación me hizo saber que habían sonado varios disparos en las
proximidades de nuestra ubicación.
Joan se cabreó de forma
despiadada conmigo cuando le respondí que seguramente su fantasía era producto
del sueño… pero no habían pasado ni diez minutos, cuando escuchamos un montón
de disparos. Inmediatamente la noche se desquebrajó por una sucesión de ráfagas
de metralletas, que procedían del cuartel de la policía armada que se asentaba
por aquel entonces en el barrio de la Verneda.
Nos vestimos a toda prisa
y salimos corriendo hacia la calle Guipúzcoa, que distaba a menos de doscientos
metros, de aquella pensión en la que pernoctábamos en aquel mes de octubre de
1975.
Pese a la niebla que en
aquellas horas fríamente se había espesado, pudimos ver un coche, quiero
recordar que de la marca Morris, empotrado en el escaparate de un comercio. Es curioso,
pero después de tanto tiempo, dudo si aquel auto de color rojo estaba como lo
recuerdo entre prendas de vestir o si había quedado atravesado en la acera.
Lo que no puedo olvidar
fue la imagen terrorífica de ver a aquella pobre gente machacada a tiros. Muy
cerca había un Land Rover de la policía, con los cadáveres de dos o tres guardias
abatidos por los centinelas del cuartel.
Minutos después de
nuestra llegada, la policía comenzó a acordonar la zona y con aquel estilo fachorroide
que vestía la época, fuimos expulsados de la escena macabra. Uno de los
policías con el que coincidíamos en el restaurante El Bosque, muy cercano al lugar
del suceso, nos aconsejó que no sacáramos la lengua a paseo sobre lo que
habíamos visto y que nos fuésemos inmediatamente a casa si no queríamos ser
detenidos.
Esta curiosidad
seguramente de periodista frustrado que visto desde siempre como algo
intrínseco a mi forma de ver y entender la vida, hizo que entrase en contacto
con un policía conocido con el que había compartido mantel muchas veces y con
el que pude tener largas charlas, sin que nunca supiese mi compromiso militante
con la actividad sindical clandestina.
Me contó bajo secreto, (después
de prometerle que ni la almohada conocería nunca lo que me iba a relatar) como
habían sucedido los hechos que tenían consternada a la ciudad catalana aquellos
días.
Efectivamente mi
compañero de habitación escuchó los dos o tres disparos que posiblemente fueron
un señuelo, para lograr que se desplazase aquella pequeña lechera
policial a la zona. Posteriormente los autores de aquellos disparos en plena
fuga, cuando pasaban frente al cuartel, dispararon contra el mismo, amparados
en la niebla. Los policías que hacían guardia, repelieron los disparos creyendo
que los terroristas iban en aquel Morris, ocupado por tres o cuatro personas que
regresaban a Barcelona después de un evento familiar, en algún lugar de la
provincia catalana. Entre la niebla, la confusión hizo posible que los
centinelas también disparasen contra el coche ocupado por sus propios
compañeros, cuando regresaban al cuartel.
Al día siguiente, los
periódicos narraban aquel suceso como solía hacerse entonces, tapando y
aderezando la noticia como mejor convenía a los intereses que, en aquel tiempo gris,
seguían manipulando todo lo que tenía que ver con las actuaciones policiales. Los
hechos sucedieron un mes antes de la muerte del viejo dictador, amparados en
aquella época de negrura, silencio y miedo, bajo la que se amparaban unas actuaciones
policiales dignas de ser recordadas como verdaderas páginas de la España negra del
final de la dictadura franquista.
Narro esta vivencia al
encontrar curiosamente en Internet uno de los periódicos que daban cuenta del
suceso, con detalles curiosos, que dejan ver con claridad la manipulación de la
noticia:
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