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Publicado en mi columna de El Adelanto en el año 2008. Vale para este tiempo en el que todo sigue por el camino que nos va llevando hacia el país
"de lo peor"
J. M. Ferreira Cunquero
En el discurrir de estos tiempos,
en los que madura en el árbol de la desgana todo tipo de carencias idealistas,
la escala de valores se sitúa, como fruto caprichoso, sobre el ramaje social del
pasotismo más espeso. Así, surgen políticos sin personalidad, que transforman
lo que debería ser un acto de servicio temporal, en un medio imprescindible para
seguir llevando el cocido a casa. Y claro, de esos mimbres salen los cestos que
se acoplan a cualquier repisa, con tal de no ser privados del chollo que, por la
gracia de un dedo, les ha sido asignado.
Es la casta de políticos
hogareños y bien mandados. Gente sin carisma alguno, que pueda plantar cara a
los grandes patronos del partido. De ahí los acuerdos y los cambalaches, que
surgen imantados de ese espíritu bobalicón que parece estar de moda. Lo peor es
pensar que no podemos hacer nada ante esta desidia que nos hace confórmanos con
la pobre letanía de que todos son iguales.
De sobra sabemos que en
democracia los políticos son piezas imprescindibles, y que uno se arriesga a
que le califiquen de carcamal si te sitúas en cualquier actitud crítica ante el
panfletario discurso del poder que vende a medio céntimo el arrimón a las
cosechas que, por su misericordiosa opinión, suelen recoger el mismo
campesinado de siempre.
Observando este panorama
político…, como que el asunto pinta a desesperanza con decorados de pesadumbre
a tope, pues quienes nos gobiernan van de bamboleo en bamboleo con todo tipo de
amagos y tentativas, mientras que los únicos que pueden dar el relevo andan más
impacientes estos días en darle leña en su circo al propio mono, que en demostrarnos que pueden ser los
próximos inquilinos de
Según vamos avanzando en este
difícil tránsito de la concordia, sigo echando de menos a aquellos políticos que,
desde la experiencia, ubicaron como prelación en sus disputas el consenso durante
los primordiales y difíciles años del principio de la transición. Todo por
buscar la avenencia sobre la discordia. Todo por una democracia que nos merecíamos
como pueblo, hartos de ir dando tumbos por la historia a bastonazos.
Y como está el horno para cocer
nuestra euforia, encima nos salen estos brotes políticos de vanidad, que nos irritan
las buenas composturas, cuando comprobamos cómo se pegan asquerosos baños de
poder algunos políticos con nuestra pasta, mientras se embadurnan el ego con la
más rica variedad de sus antojos. Es mucho más que una simple anécdota la
reforma de despachos y el tuneo de automóviles que acentúan en estos nuevos ricachones
la desfachatez que, más allá de un mero apunte, empieza a ser un signo de patética
corrupción intolerable.
Por otro lado, hay que taparse la
nariz, mientras mirando para otra parte se logra la firma nacionalista que
asegura los presupuestos, no vaya a quedar en entredicho la desfachatez gubernamental,
que persigue por costumbre la razón a cualquier precio. A estas alturas, ni el
más memo de los ciudadanos puede creerse que el PNV apoya el embrollo
presupuestario tras un ataque repentino de cordura. Vamos, que los
nacionalistas nos salvan a los españoles del cataclismo, gracias a un sentido predominante
del estado en el crucial momento que nos rescata a todos de la crisis. ¡Venga
ya!, que somos mayorcitos y el merengue de tantas milhojas desde hace tiempo
nos empacha.
Claro que, cuando nos enteremos
de los costes que sufragan con demasiada alegría estos deslices, estaremos como
figurantes en la preparación de otra comedia. El caso es que, una vez más, el
compadreo y el regalo de carantoñas a quienes nos emborrachan con sus lágrimas
de cocodrilo en tantas ocasiones, vuelve a emular el reestreno de un sainete
con final más que presumible.
Eso sí, mientras tanto, los dos
grandes partidos se empeñan en tejernos la humareda con todo tipo de cortinas
para que la bruma nos envuelva en las palabras sin meollo, que nos resignan a
palpar que ante tata impotencia apenas somos nada.
Publicado en el diario El Adelanto el 30-210-2008
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