Diálogos electorales
– Abuelo, que hay que ir a votar.
-Yo ya lo hice.
– ¡Ah, que votó por correo!
– No. Yo voté en la escuela.
– Pero, abuelo, si las elecciones son el día 23.
– Que yo ya voté, ¡coñe!, que no te enteras.
– Abuelo, que aquellas elecciones eran para elegir alcaldes y estas son para elegir al Gobierno.
– Pues yo ya voté, así que cojan mi voto y lo metan otra vez en la caja.
– Pero, ¡cómo van a coger el voto…!, ¿de dónde lo van a coger?
– Del cajón que lo metí.
– No entiende nada…
– El que no entiendes eres tú. Las elecciones para cantarles las cuarenta a los que gobiernan son el año que viene.
– Que no, abuelo, que las adelantó Pedro Sánchez.
– ¡Y a mí qué!, yo voto cuando toca. Además, que me voy al pueblo a la fiesta…
– Pero puede votar por correo.
– ¿Cómo por correo?
– Sí, usted mete el voto en un sobre y lo lleva a Correos.
– De eso nada. Yo voto cuando tenga que votar en la escuela, que así se ha hecho toda la vida y eso es muy serio.
– Las elecciones son el 23.
– Pues que se jodan, porque yo voto a partir de enero.
– Pues si quiere votar y se va al pueblo solo lo puede hacer por correo.
– No entiendo nada, pero bueno si hay que ir vamos mañana a Correos.
– Mañana ya no se puede, tiene que ser hoy que es el último día.
– Encima con exigencias y sin dar tiempo…
– Abuelo, que esto lleva ya muchos días.
– Pues a mí Pedro Sánchez no me ha avisado y yo hago lo que me diga Pedro que pa eso me ha subido la pensión y me va a pagar el cine. Oye, que me subió doscientos euros la soldada.
– ¿Y los precios de las cosas? ¿Pero no se da cuenta que no nos llega para nada el dinero?
– Pues si no nos hubiese subido llegaba pa menos.
– Abuelo que no se entera, que todo está muy mal.
– ¿Mal? Abres el grifo y sale agua, le das al botón y se enciende la bombilla, tengo médico y encima me voy de viaje a la playa en invierno… ¡Qué sabrás tú lo que es estar mal!
– La inflación está por las nubes.
– ¿Y a mí qué? Pues que se baje y pise suelo.
– No se puede hablar con usted…
– Anda y tira pa lante que me lío la manta a la cabeza y te doy unos verdascazos y, oye, a reírte de tu novia la de la Lambreta.
– ¿Lambreta? Abuelo, que se llama moto, moto.
-Vaya nombre más raro, pues no decías que se llamaba Genoveva.
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