J. M. Ferreira Cunquero
Incendio en Aliste. Junio, 2022. Foto: Cayín Manzanas |
A mis primos Antonio, Cayín, Dorita y Leonardo,
por residir en Aliste y tocar cada día aquella bendita tierra con sus manos.
No paro de trazar una etérea línea sobre los lienzos de la memoria, para imaginar las decenas de kilómetros que han sido arrasadas por el fuego. Aliste, mi Aliste del alma, está sintiendo en estos momentos el imparable aguijón de la naturaleza. Reunidos todos los componentes del desastre, han fustigado una tierra que no se merece más latigazos sobre sus espaldas dolidas.
El recuerdo ahora mismo anda de ronda por San Pedro de las Herrerías y me recobro en la niñez por la estación del ferrocarril, asido a las manos de mi madre, mientras esperábamos el humeante tren que venía de Galicia.
A San Pedro regreso de vez en cuando, porque allí es fácil meterte en el pecho de la sierra y, a veces, necesito escuchar el agua de aquella fuente y su goteo de reminiscencias de un tiempo que, por lejano, nunca ha logrado morir en los recónditos términos del alma.
Y vuelvo a Pobladura donde Jaime, mi primo, tendrá en estos momentos el corazón hendido por sus raíces.
El desastre descomunal que se ha cegado por los territorios más hermosos de mis querencias, nos tiene desolados y hartamente descompuestos.
¿Cómo detectar los rayos latentes? Ese fuego misterioso que se esconde en el corazón de la arboleda, para surgir después de muchas horas como una tea fulminante. El viento calmo que limpiaba el trigo por las eras, ha desbocado su fuerza bajo un infierno de temperaturas descomunales…
No tengo capacidad de entender si existe algún remedio que detecte el inicio de la fogata, cuando concurren todas estas lamentables coincidencias, pero cuando la obra natural pone en marcha su poderío, el ser humano y sus artilugios, vuelve a demostrarse que de nada sirven. Todo se ha unido para elevar a la apoteosis de las cifras aciagas, un incendio que va a pasar, por desgracia, para los alistanos y para toda la provincia de Zamora a las páginas más negras de la historia.
Aparte de la calamidad que está viviendo mi gente en todos esos pueblos, me conmueve el dolor profundo de la tierra y de su variada y rica fauna.
Mi memoria, ya digo, está trazando líneas kilométricas para sentir y comprender que la inmensidad de este suceso, es una catástrofe que exige hacernos muchas, muchísimas preguntas. Preguntas que no pueden tener más que la pésima respuesta, de que hemos perdido una parte de la hermosura natural, que para suerte nuestra bendijo desde siempre a Aliste.
Sé que está intacto el territorio de mi Figueruela de Abajo y que las pequeñas tierras que heredé gracias al trabajo de los abuelos, esperan por agosto mi regreso, pero el sentimiento alistano nos obliga a ser parte de sus esencias, porque la cultura y los rizomas que vienen del tiempo, nos han marcado para siempre como hijos de aquellos surcos.
Me uno a todos y cada uno de los alistanos que ahora mismo sienten el dolor de lo que se ha perdido. Quiero sentir con ellos la tragedia, pero al mismo tiempo, la esperanza me sugiere que la Sierra de la Culebra como madre, amamantará con pasión los surcos arañados por el fuego y bajo la influencia de los ciclos de la vida, tornará el prodigio incomprensible del poder natural, a expandir la belleza y sus dominios sobre este desierto de cenizas que ahora nos asfixia en la distancia.
Mi abrazo fuerte y sin fisuras a toda mi familia, a todos y cada uno de los alistanos que sienten en su corazón herido, el puñal de esta inmensa tragedia.
Cuando se publican estas letras, desde San Vitero nos informan que comienza a llover. Dios quiera que la misma naturaleza, colabore a mitigar el desastre que ella misma a causado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario