1 de abril de 2021

HACE 50 AÑOS - 1971 - EL CRISTO DEL AMOR Y DE LA PAZ RECORRE POR PRIMERA VEZ EL CALVARIO SALMANTICENSE



Cristo del Amor y de la Paz - Foto. jm ferreira cunquero

 

Hace 50 años -¡se dice pronto!- salíamos por primera vez, animados por un sacerdote irrepetible, desde la iglesia nueva del Arrabal, una pandilla de jovenzuelos con el gran Señor del Tormes.

Cuando referí en El Adelanto y en La Gaceta hace años lo que ocurrió con aquella desastrosa procesión, no complació a quienes regían los destinos de la Hermandad del Cristo del Amor y de la Paz.  

Se vivía la apoteosis de crecimiento de la hermandad arrabaleña, y parece ser que no venía a cuento, según ellos, abrir aquella página del pasado.

No se pudo entender que, con mis letras sobre la primera marcha penitencial del desastre, daba a entender con extrema claridad, que el primer Jueves Santo de aquella extraordinaria historia fue el inicio del todo. Aquel Jueves Santo de 1971 fraguó, en el portentoso y nuevo corazón cofrade, la ilusión por reavivar el futuro semanasantero de Salamanca.

 ¿Qué pasó aquella noche?

 La idea primitiva era más que preciosa, llena de un simbolismo increíble en aquel tiempo en el que agonizaba el nacional catolicismo. El paso, unas pequeñas y diminutas andas, sería portado por cuatro invitados representando a las distintas razas: se quería dejar ya el sello de la fraternidad entre todos los hombres como firma de nuestra identificación cristiana. Una idea sorprendente que surgió de quien era el auténtico y único fundador de la Hermandad, Ángel Jesús Ferreira. Y dejo a conciencia este apunte, porque a medida que han ido pasando los años, crecieron como amapolas fundadores y testigos de sucesos y parafernalias que solo las conocieron de oídas con matices de una invención increíble.

En apenas cuatro días, desde la fundación de la Hermandad, allí estábamos aquella muchachada, vistiendo hábitos de todos los colores y formas monacales posibles. El que me fue adjudicado a boleo poco antes de salir a la calle, lo componía una capucha franciscana (donada por el P. David de la Calzada) hábito de color negro y esclavina de color blanco. Cada hermano fue recomponiendo la vestimenta, a base cambios que hacíamos entre unos y otros para ajustar tallas e ilusiones.

Lo peor fue cuando se intentó subir el Cristo a los hombros: aquellos 4 universitarios apenas podían moverlo. Por esta razón y sobre todo por miedo a que sufriese algún daño la imagen, tan significativa para los parroquianos, las buenas gentes de La Vega y del Arrabal comenzaron a turnarse entre ellos. El peso concentrado en tan poco espacio hacia penosa la marcha. Mi padre, el señor Eugenio, Pepe Martín, Leandro Rodero, … aquella noche sufrieron un agónico y larguísimo calvario por las calles absolutamente vacías de la ciudad más silenciosa. Detrás del Cristo, rezando, iba agrupado un buen número de feligreses de la parroquia.

Se me han quedado grabadas las imágenes, que veladamente guarda la memoria, al cruzar el Puente Romano, imágenes llenas de ternura y de aquella extraña sensación de que posiblemente estábamos fracasando. Llegó un momento en que los cofrades, en pequeños grupos, hacíamos corros o nos sentábamos en el suelo, olvidando seguramente que éramos partícipes de una marcha penitencial. El Cristo parecía haberse perdido en la maraña de calles y las altas horas de la madrugada apelmazaban un hondo cansancio.

Cruzando el puente al regreso, los pocos hermanos de la lentísima comitiva, nos desperdigábamos metidos en nuestras conversaciones, como queriendo vencer el tiempo ante aquel frío helador que cada vez con más fuerza nos abrazaba.

Mi hermano, era aquel chaval que aparecía de vez en cuando para decirnos: -Todavía no se ve el Cristo.

Sentados todos en los pretiles del patio de la iglesia, esperamos a que apareciese, con decenas de paradas desde el Puente Romano, el gran Señor de los Arrabales.

Pero aquella noche vistió de magia un acontecimiento que va más allá de la leyenda que tantas veces hemos contado para recordar el Barrio Chino y a las prostitutas que hincaron sus rodillas en el barro para persignarse ante el Señor del Tormes. El hecho digno de ser recordado fue que, ante el sonido de la media docena de tambores de la Cruz Roja, las gentes del Arrabal corriesen a la iglesia para recibir a quien habían despedido entre lágrimas.

Mi colaboración en los días anteriores, por encargo de Ángel fue la de conseguir que unos cuantos colegas del Centro Juvenil Nuevos Amigos se sumasen a aquella aventura. Lo de menos es que luego no se hiciesen cofrades. Aquella noche solo era trascendental salir a la calle. El cristianismo estaba siendo atacado desde las nuevas modas, que imperaban soterradamente contra la dictadura, y don Rafael no paraba de repetirnos, (lo recuerdo como si aquellas reuniones en los salones parroquiales las hubiésemos celebrado hace una semana)

–Hay que levantar la frente y tener la valentía de que se nos vea la cara. Los cristianos tenemos que mostrarnos y no claudicar ante las risas o las vejaciones…

 Año 72

Aquel Jueves Santo de la procesión tan desastrosa, puso sin duda los cimientos sobre una Semana Santa cofradiera totalmente agonizante.

Hasta la Semana de Pasión del año 1972 hicimos el esfuerzo de dar a conocer una idea que comenzó a tomar cuerpo por toda la ciudad. Se fomentaba la necesidad de alzar un grito  contra la injusticia sufrida por el hombre apoyándonos en la verdad de la Palabra. Ángel Ferreira fue capaz de abrir junto a todos nosotros la Hermandad (cosa novedosa) a los barrios trastormesinos. Clases para niños, jornadas culturales, conferencias… algo increíble (como dijo mi recordado y admirado Enrique de Sena) en quienes solo se dedican a sacar santos…

Sin la menor duda (siempre lo he afirmado) la procesión grande, la que resplandece por encima de todas las demás, durante estos 50 años, es la que en 1972 expresa de forma rigurosa cómo ha de ser una marcha penitencial acorde con la compostura que debe guardarse el Jueves Santo.

Allí estaban nuestras hermanas vistiendo su derecho. Teniendo en cuenta el momento histórico que vivíamos, aquella decisión unánime de todos los hermanos, hacía posible un camino fraternal necesario para conquistar el futuro.

Aquella noche vestíamos ya el hábito monacal con esa blancura que roza con tanto mimo la noche. Todos teníamos un farol para alumbrar el camino y la tosca cuerda en signo de austeridad marcaba con fuerza nuestro acento cofrade. Aquel Jueves Santo conseguimos la marcha penitencial que soñábamos. Vestimos de silencio el silencio y mostrando nuestros rostros cantamos por todas las calles, animados por Vicente Hernández Barreña Perdona a tu pueblo Señor… perdona a tu pueblo, perdónalo Señor…

La poca gente que pudo vernos aquella noche, voceo por toda la ciudad que había una procesión única para ser vista y vivida, por su estética y por aquella seriedad que emanaba penitencia y compostura.

A partir de entonces las altas de nuevos hermanos eran continuas y tan numerosas que en pocos años se consiguió ese esplendor que por número de hermanos mostraba el tirón que tenía la nueva hermandad del otro lado del río.

Aquellos detalles

La Hermandad del Arrabal trajo aires de confraternidad cristiana que marcaban con el ejemplo cuanto hacíamos. Yo viví la experiencia de vestir junto a una docena de hermanos los hábitos de dos cofradías para salvarlas de su desaparición… se trataba de ayudar pero desde dentro de las propias cofradías, dejando en el anonimato lo que hacía nuestra hermandad.

Recuerdo con sumo cariño cómo, después de salir con el Cristo de la Agonía de los capuchinos, cogíamos sus flores y corriendo llegábamos al Arrabal para ponérselas al Cristo pobre de Salamanca.

Rememorando esta historia que tuve la suerte de vivir antes de la fundación legal, me produce una gran angustia que no se mencione como se merece a don Rafael Sánchez Pascual, un párroco que hizo posible todo lo que bullía en las aspiraciones de Ángel y Miguel Ángel. Si él hubiese sido uno de aquellos curas (de los que queda todavía alguno desgraciadamente) que no podían ver a las cofradías ni en pintura, el Cristo nunca hubiese salido a la calle. Don Rafa no solo permitió esto sino que formó parte de la gran tormenta de ideas que hizo posible los primeros pasos de la Hermandad del Cristo del Amor y de la Paz por la historia de estos 50 años.

Por todo esto, comparto la alegría con todos mis hermanos reviviendo hoy, con fuerza, el aliento que el Señor de los Arrabales me dio durante toda mi vida como cristiano, sin olvidar aquel día en que, en El Liceo, me acompañó en mi Pregón de la Semana Santa de Salamanca del año 2015.
 
 

Regreso de este Cristo del Amor y de la Paz por esa Rivera del Puente, que se trasforma en descomunal contexto de propuestas espaciales, que aúnan estéticas estructuras, cuando caprichosos vientos, que rondan la llamada del río, soplan sobre las blanquecinas túnicas cual si fueran pinceles que esbozan soberbios encuadres, que inciensan el lienzo de la doliente anochecida.

 

Silencioso, monacal

quedamente está en sigilo

como queriendo escuchar

las voces de su ciudad

diciéndole ¡Cristo mío!

 

(Fragmento del Pregón de la Semana Santa de Salamanca del año 2015)

1 comentario:

  1. Cuantos recuerdos y que bien detallados, amigo Manolo. A mí nunca se me olvidará aquél Jueves la primera salida de "nuestro" Cristo del Arrabal. Me parece estar viendo a tu primo Angel haciendo lo imposible, tratando de organizarlo todo, el paso del puente y la entrada en el barrio Chino. Fué todo un acontecimiento en la ciudad. Un recuerdo de reconocimiento a Don Rafael, un hombre admirable para todos nuestros amigos del CJNA. Aquellos chavales que éramos y !ya han pasado 50 años! !Uff". nos estamos haciendo mayores. Un fuerte abrazo, Poeta.

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