J. M. Ferreira Cunquero
Cada
vez es más atosigante ese ataque voraz, cíclico y consistente que se dirige a
la línea de flotación de nuestras costumbres más enraizadas. Se trata de enviar
imbéciles misiles que buscan explotarnos en los morros, con ansias de derribar nuestras
más enriquecedoras y variadas tradiciones culturales. Algunos no quieren
enterarse de que esta España posee complicados matices y diferencias enriquecedoras,
que vienen curtiendo su piel de toro a la solana de una historia bravía a pesar
de sus intensas oscuridades y aleccionadoras vicisitudes. Esto debería
llevarnos a pensar que hemos de entendernos con la palabra por muy distintas
que sean las posturas o los desencuentros que puedan surgir de un pensamiento
totalmente libre.
Suele
suceder que al exponerse, sobre el tapiz de la mesa política, temáticas
cruciales para nuestra convivencia, siempre aparece, en los otros fuegos de la vitrocerámica
estúpida y castañera de la cocina contra-patriótica, la tontería nacional, fabricándonos
tantas gilipolleces por metro cuadrado que hasta los silos de la paciencia más colectiva
pueden reventar cualquier día de estos.
Sobre
este revoltijo de insensatez colectivo festivalero, aparecen los empecinados defensores
de la bobada gremial religiosa, con tono de predicadores anticuados,
vilipendiando nuestras manifestaciones más ancestrales, sobre la base
argumental de ortodoxias superadas ya en tiempos de Matusalén por la Iglesia Católica. De
esta guisa podemos encontrarnos con que una procesión de nuestra Semana Santa, -fíjate
tú- que lleva cuatrocientos años discurriendo por una calle, de repente, porque
en ella viven cuatro anti procesioneros, ha de ser desviada ante el vulgar
acojono gubernamental que suele aparecer cuando se presupone la bulla que puede
montarse. Resulta hasta un insulto que la devoción de la gente sencilla a las
imágenes sea irrespetuosamente criticada, sin entender que, tradicionalmente,
han sido elevadas por el pueblo a la máxima consideración. Este humilde
columnista estando lejos de cualquier tipo de adoración a una imagen, entiende
que debe ser respetada la muestra devocional, por muy extraña que sea, cuando
surge de un profundo sentimiento religioso del ser humano.
Las
tradiciones españolas, guste o no guste, jodan más o jodan menos el cocido que
algunos quisieran imponer para todos, vienen desde lejos enraizadas al tronco
de una tierra rica precisamente en las variadas interpretaciones de la vida
social más antigua.
Otra
cosa son las costumbres manipuladas basándose en crueldades de cualquier tipo, que
deben ser abolidas, no por un especialísimo gusto a la hora de sentir herida
cualquier tipo de sensibilidad, sino porque la ley debe actuar cuando sea
pisado el más mínimo de los derechos fundamentales de la persona. Aunque aquí
nadie impone ya nada a nadie, no puede ser tolerado, bajo ningún concepto, que
cuatro cantamañanas consigan, apoyándose en sus paranoias personales, limpiarnos
lo que tradicionalmente viene siendo referencia de nuestra cultura popular
desde tiempos remotos.
Lo
bueno de esto es que hasta quienes están en contra de lo contrario, pueden
contrariarse y viceversa. Vamos, que la chorrada mental, -a Dios gracias-
porque en este país somos libres y demócratas, también tiene su espacio,
faltaría más…
De
todos modos son los ataques de la falsa revolución progresista de moqueta y
despacho, los que, hasta incluso en manos de ministras atolondradas, quieren borrar,
a base de incultura, nuestra cultura.
Lo
de los predicadores que acomodan su discurso incapaz en una frágil detectable preparación seudo religiosa, para
atacar lo que en España forma parte de nuestro costumbrismo cultural, es
simplemente un alarde propio de indocumentados.
España, como todos los países tiene sus costumbres y tradiciones. No hay ninguna ley que diga que es obligatorio asistir al Paso de una Procesión, pero
ResponderEliminartampoco existe ninguna en contra. Si algunas personas se sienten molestas por la Celebración de la Semana Santa, porque una determinada imagen pase por delante de su vivienda, tendrá que aceptarlo con el máximo respeto. Al igual que otros aguantamos las inmensas multitudes que se forman para asistir al futbol, los cohetes de Navidades, etc. El respeto no está escrito en ninguna ley, pero es una norma de convivencia para todo. Más para lo Santo.