J. M. Ferreira Cunquero
Pablete está luchando con madurez
infantil sobrecogedora. Con once años tiene asumido que la actividad física es tan
fundamental en su vida, que la dureza de estas horas apenas cuenta. Por esto ha
esperado como un adulto, de forma ejemplarizante durante años, el corazón que
en su pecho late ya con la fuerza sublime de la esperanza más cierta.
Cuando la sanidad tirita ante el
amenazante tijeretazo con el que la crisis nos corta el traje para las vísperas
del sepelio, es menester, una vez más, difundir la profesionalidad y el carisma
de médicos como los cardiólogos-cirujanos que en el Gregorio Marañón, más que
hacer magia, interpretan desde su conocimiento la partitura esencial de la
vida.
El prestigio de nuestros galenos
más emblemáticos está fuera de toda duda y con ellos el de toda esa ristra de
equipos que en cada momento del día se dejan la piel en los quirófanos o en
esas consultas ambulatorias, donde tantas veces buscamos un tantico más de aliento para seguir
tirando.
Cuando este país cae por el
despeñadero de las reformas entre fábulas patrañeras que tanto tracalero oficia
en el altar de la política, la gente llana y humilde sigue demostrando su
generosidad. Más allá de los tributos y de todo este tipo de monsergas
recaudatorias que nos asfixian cruelmente en estos momentos, la bondad
solidaria de las familias que donan, tras la muerte de un ser querido sus
órganos, sigue marcando, desde mi punto de vista, una de las grandes virtudes de
este pueblo. Ahí están las estadísticas, dejando claro que España, en este tema
de solidaridad humana incuestionable, está a la cabeza como primerísima
potencia mundial.
Cada vez destaca con más claridad
el profesionalismo de quienes sienten la deontología médica como un principio
moral de primer orden. Aquí, el problema, el único problema reside en la
barahúnda de incompetentes que, por amiguismo o factureo entre compadres de la misma calaña, se nos han colado como
un lujo chirriante durante demasiados años en las cocinas del invento
sanitario.
Pese a estos dislates lo que
interesa ahora es que Pablete tiene cada vez más cerca la calle para renacer en
las cosas más sencillas que antes no pudo disfrutar como niño. Asistiremos,
cual si fuera una ceremonia de normalidad, a las primeras patadas que pueda
darle por fin a un balón sin agobios, y lo veremos correr delante del Padre
Putas, cuando la fiesta por septiembre nos convoque al callejeo.
Atrás quedará, como un entrañable
recuerdo, el cirio de la Virgen de la Esperanza que lució durante largas horas
en recuerdo del donante anónimo que, con el gesto más humano y desprendido le
ha dado la vida a Pablete y el del Nazareno, que ardía mientras el sudor
cirujano derramaba toda la paciencia sobre el montón de horas inacabables.
Atrás va quedando lentamente la
oquedad de los pasillos hospitalarios, que acogieron en silencio el rito de la
ternura familiar indescifrable, que desabrochó tantas veces la impotencia. Por
eso, brindo con estas letras por todos los Pabletes que han recibido o están
esperando el trasplante de un órgano. Alzo más, mucho más esta copa de palabras
por quienes los donaron. Para ellos mi reconocimiento y la ratificación de mi
compromiso como donante.
Publicado en El Adelanto de Salamanca 04.05.2012-
Publicado en El Adelanto de Salamanca 04.05.2012-
Un fantástico articulo para un gran acontecimiento, la solidaridad de quien se va, para con quien quiere seguir aquí luchando hasta el ultimo momento.
ResponderEliminarRealmente Jose, emocionante,
un abrazo
Pablo de la Peña
Estoy de acuerdo, es un relato muy bueno y tierno. Saludos
ResponderEliminarM Carmen Guzmán