15 de mayo de 2012

IGNACIO IPIÑA. ESTA TARDE. UNAMUNO




J. M. Ferreira Cunquero


La herencia unamuniana es uno de los legados universales que pertenece a todos los que nos introducimos en esa aventura que descubre al gran maestro como un amigo que aviva desde la eternidad el sentimiento humano, cerca de nosotros,  por medio de la palabra.
Lejos de esta explosión conmemorativa en la que no puede fallar el oportunismo chabacano de quien bebe en el cuenco cultural analfabetismos trasnochados, llega a Salamanca, para suerte nuestra, un rastro de autenticidad de la mano del pintor vasco Ignacio Ipiña.
Tuve la gran fortuna de conocer a este virtuoso de lo profundo, que te atrapaba en un derroche de intelectualidad desprendida con la que te hacía vivir y comprender su pintura.
Ignacio Ipiña, no llega a Salamanca para colgar sus cuadros en el enmarque preconcebido para esta efeméride tan justa y necesaria que celebramos. No. El pintor principia esta idea hace años como un proyecto existencial, que se acomoda en lo más profundo de su afán creativo. Su amor por todo lo que representa Unamuno y su obra lo tiene atrapado en un éxtasis de creatividad ilusionante, que le hace perdurar en la idea de dar con las claves de esta exposición que hoy inauguramos felizmente en Salamanca.
En aquellos años, tengo la gran fortuna de acompañarle por alguno de los lugares de nuestra provincia y no puedo por menos que impresionarme al comprobar que el Mirador de la Code en las Arribes, Ledesma o el Huerto de Fray Luis, ante sus ojos se muestran como santuarios que le emocionan con verdad, por formar estos parte del camino que discurre por esta tierra que traza con fuerza las huellas de Unamuno.
Paseando por Salamanca, Ignacio se hechiza en estos rincones que cobijaron la mirada del profesor más amado. Una y otra vez, de forma incansable recorre el camino que Unamuno hiciera en tantas ocasiones desde su casa a ese monumental conjunto de piedras que guarda, como un tesoro, en su alma el epicentro de las humanidades que hicieron brillar a la Salamanca universitaria de otro tiempo.
Años más tarde, en Bilbao, con gran sorpresa y emoción, Ignacio nos deja contemplar en su acogedor estudio los primeros cuadros que desde hoy podemos ver en la sala de Santo Domingo. Ipiña está entregado por aquellas fechas en cuerpo y alma a desentrañar con sus pinceles las huellas de Unamuno. Rastrea libros y cava con ahínco en su privilegiada memoria los surcos donde florecen las referencias unamunianas que tienen que acompañar sus cuadros.
Esta exposición, al no haber sido preconcebida para este año conmemorativo, tiene esencias de desnudez y pertenencias al enclave intemporal donde se alza  de forma excelsa la figura  universal de Unamuno. Ignacio Ipiña dialoga con el color, interpretando formas que, desde su particular atalaya creativa, dejan un pálpito personal lleno de perspectivas sorprendentes. La luz, en manos de Ipiña matiza la insinuación ambiental, que acomoda lo que podemos presentir más allá de las certeras pinceladas.
Doy por seguro que esta tarde, desde el otro lado de las horas, de la mano de  Ignacio, Unamuno recorrerá la exposición con nosotros. Desde el rito emocional que el arte promueve, podremos escuchar sus tenues voces, si somos capaces de abandonarnos en silencio por las hermosas rinconadas bilbaínas o por estas calles que nos atrapan en su incansable abrazo  de piedra.
Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca 15.05.12
                                                       

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