11 de febrero de 2010

FÉLIX GRANDE, GRANDE, FÉLIX



J. M. Ferreira Cunquero



Con angustia que aguija los sentimientos del corazón hendido, Seve acaba de emplear la palabra justa y emocionante para despedir en el cementerio a su hermano, el poeta Félix Grande García. Ha sido como un último dibujo del escultor para ornamentar la naciente página de un poemario, que hemos de abrir inquiriendo quizás el valor de lo que hemos perdido.


Por esto, gira sin descanso un carrusel de reminiscencias, que buscan en los viejos vasares de la emoción contenida, hasta reencontrar aquel bodegón de membrillos recién cortados en las manos de Ramona: La madre es una eterna primavera/ con trece mil claveles nuevos…


Félix se acaba de enamorar de una chiquilla, que es nube imprevisible o niebla fugaz que irrumpe como un suspiro de tenue algodón transparente: Me irás queriendo por la vida siempre./ Siempre por la emoción/ me irás queriendo.


Y ahí estamos, junto a la estufa de leña, iniciando el rito que en el más acá nos abraza, mientras la sangre nos sigue hirviendo en verso.


Así regreso al hogar de la memoria y, como hace más de treinta años, busco encontrarme con Félix en un tren que surca con extrema lentitud la meseta. Vuelvo a sentir, en el atrevimiento ilusionado, la osadía adolescente de acercarme a él para palpar, en los ámbitos poéticos de La Tarde Aprisionada, su tristeza: Hoy no haré versos para ti. Hoy/ no haré versos para nadie.


Años después le presentaba, en un centro de cultura madrileño, donde un público borracho por su duende le pidió repetir aquel poema: ¿Quiénes tienen callos en las manos? Los de siempre./ ¿Quiénes son los de abajo? Los de siempre…


Con la coartada de Bécquer, volvimos al Ateneo a montar otra movida, en la que Aníbal Núñez, con aquella mordaz palabra irrepetible, criticó duramente al vate sevillano, mientras Félix me miraba atónitamente sorprendido. Aníbal, aquella tarde, me decía que el poeta de Escurial era el último bohemio que le quedaba a Salamanca. Tenía razón. Aunque Félix Grande no haya logrado vivir de la poesía, tuvo la gracia de existir sólo para ella, como un amante de la necesidad que teje amoríos entre sábanas de estrofas con el sueño: A ti inaccesible, poesía,/ de ojos claros, serenos y blonda cabellera,/ con labios de rubí cosmopolita./ A ti, dúctil palabra portentosa,/ misteriosa, escondida,/ que te resistes a brotar…


Nadie pudo contener el imparable ahínco que le ayudó a cosechar la viña como le vino en gana pues, aunque colgase su pena de un pino muchas veces, otras tantas emergió ungido por la esperanza de la utopía. Todo bajo el cómplice patrocinio de aquella madre, que vivió para complacer y sentir con él los efluvios misteriosos de su juvenil amor por la poesía.


Aunque esté en contra de los homenajes que suelen hacerse los vivos a causa de los muertos, a Félix, lo sé, le agradará todo lo que pueda rozar los ricos contenidos de su obra.


Bajo ese pretexto, no dejéis de hablar de un hombre que vivió como pocos para escribir y describir el inconfundible apego a la inmensa obra natural, y a un espíritu ácrata, que en la familia Grande García es huella contagiosa de verdad.


Presumo que Félix Grande, Pablo Serrano y Conchita San Román han logrado por fin reunirse de nuevo para recitar, en las coordenadas de la ensoñación eterna, su poesía.


En el silencioso golpear de esta lluviosa madrugada, Félix se me antoja como Yedra que sube vertical por los lomos del tiempo, hasta ser al fin lo que decía: Lo infinito es el hombre cuando sabe/ que después de la muerte el verso queda.



Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca jueves 11.02.10





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