Foto: JALL |
Al otro lado de la Navidad
·
J.M. Ferreira Cunquero*
Estas fechas tan entrañables para el reencuentro,
nos motivan a desearle a todo el mundo salud y felicidad, adornándonos con
palabras que pueden hacernos suponer que todos somos repentinamente buenos. Sin
embargo, estos días no cambiarán realmente las cosas, pues el espíritu
navideño, no es más que una diminuta tregua que viene a endulzar cíclicamente
de una forma ficticia nuestra moldeable conducta. Puede pasar, incluso, que montemos
un escandaloso follón en plena cena, si a la cuñada respectiva le da por reiniciar
la conversación en el punto que terminara la del año precedente, cuando le
pisamos el orgullo en aquella bronca que nos aderezó el tintorro de conocida
marca.
Pese a estas anécdotas que no van más allá del puro
trámite de final de año, existe otra Navidad profunda que suele helarnos la
blandura del corazón por estas fechas. Desgraciadamente sólo por estas fechas. Esa
Navidad soporta ruidos de sables en tenebrosos cuarteles donde al hombre le siegan
la palabra o perseguida la conciencia le trituran la poca dignidad que aún
pueda quedarle. Navidad en los mugrientos antros donde los jóvenes de cartón ansían
inyecciones urgentes de soledad y miseria. Navidad en los pobres surcos palestinos
donde ha clavado sus aguijones injustamente una guerra para que infelices los
niños se doctoren en odio. Navidad en las enmoquetadas oficinas donde empurados
y decentes los dueños del mundo esbozarán los proyectos cual trampas que cercan
y cazan si falta hiciera con el dolor del hombre el beneficio ansiado. Navidad de
solitarios viejos que sin compaña alguna se nos mueren entre maletas vaciadas
sutilmente por el recuerdo. Navidad en las pateras que llegan limosneando a la
costa la ficticia ilusión del consumo. Navidad en los ajados rincones donde al
hombre torturado le sellan el grito o la hambruna resuelve sin corazón el final
de la vida.
La Navidad consigue por sí misma en certeros instantes,
silencios únicos que acogen el tañir de invisibles campanas que existen en los
poblados que habita con intensidad
La Navidad horizontalmente alarga un eco interminable
que pregona por todos los confines el dolor de las madres que abrazan, a los
hijos más fríos, que haya helado jamás con su aliento
Son estas, fechas que remarcan en su orla peculiar el
olor de la ausencia y ese condimento que podría sazonar nuestra razón, con la
fuerza real que exigiera a quienes ostentan el poder en nuestro nombre, que
expandan y refuercen, el compromiso de lucha contra cualquier signo miserable
que establezca
Pero también la Navidad auspicia el calor familiar
que nos reúne y nos abre las páginas de tantos avatares y vivencias, que la
nostalgia nos muestra, mejor que nunca, en estos días, lo endebles que somos en
las manos del tiempo.
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