23 de agosto de 2019

La pobreza, punto y seguido


La pobreza, punto y seguido


J. M. Ferreira Cunquero

Han de causarnos por lo menos admiración todos los movimientos altruistas que se involucran permanentemente en el exterminio de la pobreza que sufre el hombre en las zonas geográficas más deprimidas del mundo. Es verdad que son estos gobiernos privilegiados de las parcelas capitalistas, los que deben estar obligados a parar los motores de la globalización deshumanizada, aunque nada más sea para escuchar los ecos del grito que brota estercolando, en los paisajes sórdidos del sur de la tierra, el trasegar injusto de la muerte.
Es una bestialidad insufrible que miles de niños, cada segundo, sigan muriendo de hambre, mientras en nuestras casas las video-consolas se empeñan en fabricar idílicos territorios, donde se licencian los más pequeños en la argucia banal de la conquista de cosas.
Existe una irresponsabilidad humana en esta dejadez que tortura vilmente a quienes sufren la impotencia de asistir, como mudos testigos, a la gran inmolación sobradamente anunciada.
El día internacional para la erradicación de la pobreza, como los otros días que etiquetamos con el fin de establecer una concienciación mundial sobre las distintas problemáticas que padecen los países más deprimidos del planeta, es poca cosa para responder a una realidad aplastante que denuncia la ausencia de una solidaridad comprometida con quienes no pueden sobrevivir por sus propios medios. La desfachatez de nuestro escaso sentido común, a la hora de repartir con nuestros semejantes lo que nos sobra en los silos de la desvergüenza mundial -¿civilizada?-, debería por lo menos marcarnos el rostro con la huella de la permanente hipocresía que vestimos. Muchas de las grandes fortunas crecieron esquilmando la materia prima de los países que ahora se estrangulan en la miseria, bajo la presión de unos intereses, que urden un agobio imposible de solventar, cuando no se posee más que el aliento desesperado ante un futuro vacío, sin nada.
La ausencia de un programa mundial que comprometa a los países más ricos en la erradicación del hambre y de todas las lacras que subsisten alrededor de la pobreza, es cuando menos un insulto a la razón humana. Esta indiferencia ante el último de los mundos muestra nuestra huida hacia las dobleces que lavan la escasa conciencia humanitaria que nos queda.
Las ONG’s y todos los hombres y mujeres entregados a la noble causa de los pobres no bastan para fulminar las escalofriantes desdichas que sufren,  simplemente por nuestro olvido,  millones de seres humanos.
Lo más tremendo es saber que hoy es posible acabar, por medio de los recursos y los avances tecnológicos, con la pobreza, si la voluntad política desmantelase el discurso vacío del largo plazo permanente y todos los países que nadan en la abundancia elevasen el mísero porcentaje de su producto interior bruto, condonando esa deuda creciente que ahoga las paupérrimas economías de los menesterosos países de la tierra.
A este lado del jardín, el primero de los mundos se abandona en una escalada materialista que nos ha sumido en el absurdo afán del consumo. Cegados por esa ilusión consumista que nos apresa, distorsionando lo que somos, no podemos ver, cuando ya no existen distancias, esas manos vacías que nos tienden los pueblos que siguen suplicando algo más que una mísera limosna.
El vergonzoso incumplimiento de los objetivos marcados por los organismos oficiales y las palabras preñadas de hipocresía delatan la irresponsabilidad de quienes se jactan prepotentemente de ser los dueños intocables del planeta. 
Publicado en el diario El ADELANTO 11.06.06

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