La pobreza, punto y seguido
J. M. Ferreira Cunquero
Han de causarnos por lo menos admiración todos los movimientos
altruistas que se involucran permanentemente en el exterminio de la pobreza que
sufre el hombre en las zonas geográficas más deprimidas del mundo. Es verdad
que son estos gobiernos privilegiados de las parcelas capitalistas, los que
deben estar obligados a parar los motores de la globalización deshumanizada,
aunque nada más sea para escuchar los ecos del grito que brota estercolando, en
los paisajes sórdidos del sur de la tierra, el trasegar injusto de la muerte.
Es una bestialidad insufrible que miles de niños, cada segundo, sigan
muriendo de hambre, mientras en nuestras casas las video-consolas se empeñan en
fabricar idílicos territorios, donde se licencian los más pequeños en la
argucia banal de la conquista de cosas.
Existe una irresponsabilidad humana en esta dejadez que tortura
vilmente a quienes sufren la impotencia de asistir, como mudos testigos, a la
gran inmolación sobradamente anunciada.
El día internacional para la erradicación de la pobreza, como los otros
días que etiquetamos con el fin
de establecer una concienciación mundial sobre las distintas problemáticas que
padecen los países más deprimidos del planeta, es poca cosa para responder a
una realidad aplastante que denuncia la ausencia de una solidaridad
comprometida con quienes no pueden sobrevivir por sus propios medios. La
desfachatez de nuestro escaso sentido común, a la hora de repartir con nuestros
semejantes lo que nos sobra en los silos de la desvergüenza mundial -¿civilizada?-,
debería por lo menos marcarnos el rostro con la huella de la permanente
hipocresía que vestimos. Muchas de las grandes fortunas crecieron esquilmando
la materia prima de los países que ahora se estrangulan en la miseria, bajo la
presión de unos intereses, que urden un agobio imposible de solventar, cuando
no se posee más que el aliento desesperado ante un futuro vacío, sin nada.
La ausencia de un programa mundial que comprometa a los países más ricos
en la erradicación del hambre y de todas las lacras que subsisten alrededor de
la pobreza, es cuando menos un insulto a la razón humana. Esta indiferencia
ante el último de los mundos muestra nuestra huida hacia las dobleces que lavan
la escasa conciencia humanitaria que nos queda.
Las ONG’s y todos los hombres y mujeres entregados a la noble causa de
los pobres no bastan para fulminar las escalofriantes desdichas que sufren, simplemente por nuestro olvido, millones de seres humanos.
Lo más tremendo es saber que hoy es posible acabar, por medio de los
recursos y los avances tecnológicos, con la pobreza, si la voluntad política
desmantelase el discurso vacío del largo plazo permanente y todos los países
que nadan en la abundancia elevasen el mísero porcentaje de su producto
interior bruto, condonando esa deuda creciente que ahoga las paupérrimas
economías de los menesterosos países de la tierra.
A este lado del jardín, el primero de los mundos se abandona en una
escalada materialista que nos ha sumido en el absurdo afán del consumo. Cegados
por esa ilusión consumista que nos apresa, distorsionando lo que somos, no
podemos ver, cuando ya no existen distancias, esas manos vacías que nos tienden
los pueblos que siguen suplicando algo más que una mísera limosna.
El vergonzoso incumplimiento de los objetivos marcados por los
organismos oficiales y las palabras preñadas de hipocresía delatan la
irresponsabilidad de quienes se jactan prepotentemente de ser los dueños
intocables del planeta.
Publicado en el diario El ADELANTO 11.06.06
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