26 de agosto de 2019

JOSEFINA VERDE, UN MANATIAL DE PAZ


J. M. Ferreira Cunquero
 
Vuelven a la memoria aquellas veladas en la casa de Conchita San Román, donde hervía la poesía, en un entorno con rancios perfumes a dehesa, toros y recuerdos.
Félix Grande, Josefina Verde y aquel tipo recién descubierto por su voz poderosa, J. Mª Sánchez Terrones, eran junto a este humilde escribidor, compañeros de tardes inscritas en la antología vital de los encuentros.
Por aquel tiempo, el Ateneo bullía de forma espectacular con sus dos líderes en el terreno del verso, Josefina Verde y Félix Grande. Sus tertulias, en una magnífica rivalidad, contribuyeron a traer a nuestra ciudad lo mejor y más representativo de la poesía de aquella época.
Josefina y Félix representaban, según decía Aníbal, la bohemia perdida de los tiempos grandes. Eran enormes personajes, que generaban ilusión mientras dejaban un rastro fácil de seguir para aquellos jovenzuelos aspirantes que soñábamos con mecedoras de voces y letras.
Félix, el poeta enamorado del todo, se nos fue hace unos años. Siempre aparecía con sumo cariño en mis conversaciones con Josefina, pues aquel pique del pasado, se había evadido de un corazón que nació solo para amar. Al final Josefina se sentía muy satisfecha de que junto a Félix fueron generadores de un ambiente poético seguramente irrecuperable.
Hace un par de semanas, en una librería donde se almacenan esas obras que han pasado por muchas manos, descubrí prácticamente una colección entera de poemarios de la poeta maña. Sentí cierta tristeza al comprobar cómo se habían despreciado en alguna biblioteca heredada, aquellas joyas. Fue como una premonición este encuentro con sus libros vestidos de calmo abandono.
Josefina acaba de iniciar su esperado sueño de estrellas,  tan de repente y de forma tan inesperada que solo me cabe, en su honor, abrir remembranzas para caer de nuevo en la cuenta de que haberla tenido fue una enorme fortuna.
Lo importante, una vez que ha partido hacia el sueño definitivo de las horas sin horas, es que sigamos abriendo sus libros, que volvamos a encontrar en sus versos ese aire de vida que proyectó para nosotros con tanto empeño.
Solo espero que nadie se homenajee en su nombre, que nadie manipule (costumbre de este tiempo) la esencia de lo que la poesía genera en quienes solo buscan aliento para seguir tirando.
He vuelto a su Manantial de Paz,  para saber que sigue en mis rotondas, como siempre, como ahora, y leyendo, Los pies clavados en tierra / hechos raíces de espera palpo la dicha de saber que ya está con quien tanto quería reiniciar el reencuentro.

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