J. M. Ferreira Cunquero
Vuelven
a la memoria aquellas veladas en la casa de Conchita San Román, donde hervía la
poesía, en un entorno con rancios perfumes a dehesa, toros y recuerdos.
Félix
Grande, Josefina Verde y aquel tipo recién descubierto por su voz poderosa, J.
Mª Sánchez Terrones, eran junto a este humilde escribidor, compañeros de tardes
inscritas en la antología vital de los encuentros.
Por
aquel tiempo, el Ateneo bullía de forma espectacular con sus dos líderes en el
terreno del verso, Josefina Verde y Félix Grande. Sus tertulias, en una
magnífica rivalidad, contribuyeron a traer a nuestra ciudad lo mejor y más representativo
de la poesía de aquella época.
Josefina
y Félix representaban, según decía Aníbal, la bohemia perdida de los tiempos
grandes. Eran enormes personajes, que generaban ilusión mientras dejaban un
rastro fácil de seguir para aquellos jovenzuelos aspirantes que soñábamos con
mecedoras de voces y letras.
Félix,
el poeta enamorado del todo, se nos fue hace unos años. Siempre aparecía con
sumo cariño en mis conversaciones con Josefina, pues aquel pique del pasado, se
había evadido de un corazón que nació solo para amar. Al final Josefina se
sentía muy satisfecha de que junto a Félix fueron generadores de un ambiente
poético seguramente irrecuperable.
Hace
un par de semanas, en una librería donde se almacenan esas obras que han pasado
por muchas manos, descubrí prácticamente una colección entera de poemarios de
la poeta maña. Sentí cierta tristeza al comprobar cómo se habían despreciado en
alguna biblioteca heredada, aquellas joyas. Fue como una premonición este
encuentro con sus libros vestidos de calmo abandono.
Josefina
acaba de iniciar su esperado sueño de estrellas, tan de repente y de forma tan inesperada que
solo me cabe, en su honor, abrir remembranzas para caer de nuevo en la cuenta
de que haberla tenido fue una enorme fortuna.
Lo
importante, una vez que ha partido hacia el sueño definitivo de las horas sin
horas, es que sigamos abriendo sus libros, que volvamos a encontrar en sus
versos ese aire de vida que proyectó para nosotros con tanto empeño.
Solo
espero que nadie se homenajee en su nombre, que nadie manipule (costumbre de
este tiempo) la esencia de lo que la poesía genera en quienes solo buscan
aliento para seguir tirando.
He
vuelto a su Manantial de Paz, para saber que sigue en mis rotondas,
como siempre, como ahora, y leyendo, Los pies clavados en tierra / hechos raíces
de espera… palpo la dicha de
saber que ya está con quien tanto quería reiniciar el reencuentro.
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