19 de agosto de 2019

FIGUERUELA DE ABAJO. DE NUEVO LA TIERRA

J. M. Ferreira Cunquero

Subir al campanario de Figueruela y leer la inscripción que tienen sus campanas, vuelve a erizarme en la memoria del alma, pertenencias y ataduras.


Iglesia de Figueruela de Abajo
Cuando leo que en 1956 fueron fundidas en Salamanca, inmediatamente mi corazón añade con la tinta del recuerdo, que fue mi padre, José Benedicto Ferreira Carretero, quien se encargó de aquel asunto, que buscaba recobrar por encargo de D. Pablo, el sonido que por muchas añadas de uso, se había  vuelto apagado y triste.


Con mucho más orgullo todavía afilo y enciendo la emoción, cuando en Figueruela me recuerdan, que pocos como mi padre, consiguieron repicar con el estilo profundo de Aliste, esas campanas que ayer, de nuevo me hablaron.


Toda la tristeza que el cementerio me ahonda cuando visito los lugares donde descansan mis seres queridos, esta vez, lo ha paliado, parece mentira, un festejo único y peculiar del que tanto me habían hablado.


Despertar de repente en la calle más reconocida de mi niñez, entre
un gentío juvenil, fue como un sueño del que solo pude despertar en la gloria, al oír gaitas afinando en el corazón, resonancias puras que inhalan remembranzas, con ahínco en los adentros.


Reconocer después de tantos años los rostros de aquellos rapaces, peinando canas, ha sido más que emocionante, necesario para seguir tirando.


Benilde, mi tía, como una moza vistiendo con destreza años, entre sombras me mostró los rasgos imperecederos de mi querido padre.


Volver al encuentro con los cunquerones, sintiendo el dolor de mi inolvidable primo Ricardo tañendo en la ausencia…volver a ese abrazo que me recobra cuanto tengo, al lado de la jovial Esperanza, que viste como entonces, sonrisa de rapaza observadora y trasparente… volver al todo, desde la esencia más sencilla, que solo Aliste sabe mostrar en los vientos que curten su rostro de madre.


Pero sobre todo, este viaje relámpago de escasas horas, me ha dejado ver que Figueruela, la de Abajo, ha renovado el pulso de la vida gracias a la feliz idea de convocar a los mozos de este tiempo en sus calles. En ellos he percibido con desbordante verdad, que la tierra alistana sigue fecundando lo que con tanto amor desprende: la atadura a la raíz que con voz oculta musita, la necesidad del nuevo encuentro.


La fiesta agosteña recobra aquella solidaridad que en los concejos ataba a la gente a unos intereses comunes, que expandían en Figueruela, como se diría ahora, un buen rollo entre vecinos.


Solo me falta añadir que esa juventud, que sin duda se alza ya como un tesoro, debe más allá de esta fiesta, atizar el compromiso de luchar por los héroes que siguen poblando durante la invernada Figueruela. Esta mocedad tiene el reto de poner firme a la cascarria política, que desprecia con sus deplorables actuaciones, a quienes mantienen viva la llama rural en Aliste.

Si uno de los nuestros sufre carencias médicas, de comunicación o de cualquier otro tipo, debe resonar como un reclamo, en quienes en la distancia somos parte del terruño.


La mirada, saliendo de Figueruela, como siempre busca en aquellos recodos, la sombra de mi madre cuidando entre nubes ovejas, mientras me prometo que he de planificar, cuanto antes, otra vez, de nuevo, el regreso…

Nota.- Añado un recuerdo muy especial para Manuel A. Sanabria, que mañana presenta en Figueruela de Abajo, su novela Yoshua- Un muchacho de Nazaret.

En la distancia estaré con cuantos os reunáis, a su lado.


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