MEMORIA GRÁFICA DE LA PROVINCIA DE SALAMANCA
El
gran trabajo que se está realizando en la casa común provincial, en cuanto a
esa recuperación de la memoria de la tierra y sus gentes, me parece cuando
menos digna del mayor de los elogios.
Pero
este año la guinda sobre ese pastel de remembranzas, en el que pudimos
contemplar diversos aspectos de los tiempos desplomados en el olvido, alcanza,
creo, un interés que puede servir para caer en la cuenta de lo que hemos
perdido.
Mi
fortuna inesperada, fue encontrarme, en la sala de exposiciones de La Salina,
con un grupo que comenzaba su andadura de la mano de Francisco Blanco.
Un
repaso general sobre los contenidos que los diversos rincones nos muestran, hizo
posible ese gozo que surge cuando eres capaz de conectar con ese tiempo, que
nos guarda todavía un temblor de existencia.
Sus
puntualizaciones engrandecen los trasfondos que cada foto encierra en su
historia.
Ver
de dónde venimos puede desnudarnos las claves de estos vericuetos por los que
tantas veces deambulamos perdidos y sin cacho para retomar más
aliento.
Rostros
de la inocencia, con el marcado acento de la piel curtida; ojos de la incertidumbre
repletos de enciclopédicas miradas. Fotos familiares con un decoro costumbrista
que sobrecoge en unos casos, mientras que en otros, un remanso de ternura
perceptible se cierne como un abrazo sobre nosotros.
La
fiesta, como símbolo de los ciclos históricos, se complementa con los aspectos del
campo y la vida cotidiana que, en un entorno de suma sencillez, permitía a los
moradores de nuestros pueblos vivir con dignidad.
La
exposición en conjunto se me antoja como un documento gráfico que incita a
abrir en la memoria intemporal algo más de lo que somos.
La
tierra y sus gentes, en la raíz, son las voces que en el más puro tesoro de los
adentros, ansían recobrarnos para siempre en su grito.
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