11 de septiembre de 2019

ANTHROPOGRAFÍAS


MEMORIA GRÁFICA DE LA PROVINCIA DE SALAMANCA

El gran trabajo que se está realizando en la casa común provincial, en cuanto a esa recuperación de la memoria de la tierra y sus gentes, me parece cuando menos digna del mayor de los elogios.
Pero este año la guinda sobre ese pastel de remembranzas, en el que pudimos contemplar diversos aspectos de los tiempos desplomados en el olvido, alcanza, creo, un interés que puede servir para caer en la cuenta de lo que hemos perdido.
Mi fortuna inesperada, fue encontrarme, en la sala de exposiciones de La Salina, con un grupo que comenzaba su andadura de la mano de Francisco Blanco.
Un repaso general sobre los contenidos que los diversos rincones nos muestran, hizo posible ese gozo que surge cuando eres capaz de conectar con ese tiempo, que nos guarda todavía un temblor de existencia.
Sus puntualizaciones engrandecen los trasfondos que cada foto encierra en su historia.
Ver de dónde venimos puede desnudarnos las claves de estos vericuetos por los que tantas veces deambulamos perdidos y sin cacho para retomar más aliento.
Rostros de la inocencia, con el marcado acento de la piel curtida; ojos de la incertidumbre repletos de enciclopédicas miradas. Fotos familiares con un decoro costumbrista que sobrecoge en unos casos, mientras que en otros, un remanso de ternura perceptible se cierne como un abrazo sobre nosotros.
La fiesta, como símbolo de los ciclos históricos, se complementa con los aspectos del campo y la vida cotidiana que, en un entorno de suma sencillez, permitía a los moradores de nuestros pueblos vivir con dignidad.
La exposición en conjunto se me antoja como un documento gráfico que incita a abrir en la memoria intemporal algo más de lo que somos.
La tierra y sus gentes, en la raíz, son las voces que en el más puro tesoro de los adentros, ansían recobrarnos para siempre en su grito.



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