21 de septiembre de 2018

A RICARDO, ESE PRIMO QUE SUPO SER LIBRE



La tierra de Figueruela vuelve a ser alfombra de emociones, que acogen lo que somos en la raíz de su aliento.

Richard (así le llamaba) seguramente estaba cansado de su libertad, de hundir en su pecho el aire alistano y de mirar al monte para interpretar, en el aullido del lobo, la hora de partir hacia las estrellas.
Ricardo, ese primo único e irrepetible porque venía mordiéndome el alma desde la remota niñez en lo más hondo de cuanto tengo, me duele…
No puedo descifrar cómo lograré abrazarle en las coordenadas que con tanto sigilo construye el silencio. Menos, mirar al corazón para reconstruir la mirada y tornar a esa huerta que guarda, en la frente del añejo Castro figuerueleño, la especial mirada de nuestro fray Romualdo, aquel fraile de corazón universal que, junto a Ricardo, Esperanza y Jaime me mostró las añejas virtudes de su asentamiento antiguo.
No sé si podre regresar a la moral sin que su sombra azuce la hojarasca… y el recuerdo perturbe la paz, cuando amanezca en aquellos días de la infancia más lejana… no sé si conseguiré bajar a la Ribera y apartar la maleza sin ir a su lado…
La última vez que estuve junto al regato escondido bajo el ramaje abrupto que bendice, en la Sierra de la Culebra, la libertad de su naturaleza virgen y cromática, Ricardo me llevó a los castaños, porque necesitaba sentir a mi madre pastoreando por el paraje…  Ricardo, sabio como pocos, me hizo ver que aquel lugar era un santuario, donde las liturgias del tiempo exhalan las voces permanentes de los nuestros…
Sigo sin creer que ese primo, rebosante de una salud insultante, haya decidido irse en cuatro días al otro lado de las horas.
Pero me siento orgulloso, muy orgulloso de vestir su sangre en los adentros y de haber compartido con él tantas historias en la distancia; orgulloso de escuchar a las buenas gentes de aquel terruño amado, que perdían un hombre bueno y ejemplar. Una anciana decía que quién iba ahora a darles el consejo oportuno o la indicación necesaria sobre la siembra o la poda…
¿Qué haremos sin su filosofía familiar cuando necesitemos poner un acento en el baluarte más sagrado de la memoria?
En el recuerdo permanente de los días, su erudito pensamiento florecerá en la primavera de los años y Aliste, como madre tierra que acoge a sus hijos, estoy seguro, que nos lo devolverá con la última canción de sus vientos…

1 comentario:

  1. Qué manera tan bella de explicar un sentimiento tan recóndito e inefable.

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