J. M. Ferreira Cunquero
Foto. noticiasuniversal.com |
Nadie los quiere. Son pasto humano de cosechas interminables
que acentúan un dolor que sobrecoge. Aquí sólo podemos ver que llegan abrumando
nuestra sagrada tranquilidad europea, ese supuesto estado del bienestar en
entredicho, que nos pertenece por ser quienes somos. Por ello hemos de defender
con uñas y dientes nuestra tranquilidad ante esta avalancha de desheredados que
anhelan encontrar un hueco en este intocable paraíso consumista.
Es la gran contradicción de este
tiempo, empeñado en establecer la implacable globalización uniformadora, como
un escupitajo a la libertad que debe someterse a fríos criterios económico-sociales.
A la vez, nos alimentan con un miedo potencial a toda una gama de terrorismos,
voceados por demasiados intereses, que anhelan destruirnos el ánimo hasta
hacernos creer que hemos de defendernos
de nuestra propia sombra.
La solidaridad tan preconizadora
por todo tipo de movimientos progresistas en el pasado reciente, ha huido a un
segundo plano, acomodándose nuestra sensibilidad humana en la dejación irresponsablemente
interesada que pone, en manos de los gobiernos de turno, el compromiso de
responder en nuestro nombre a cualquier demanda social.
Ramón Jáuregui en nuestra ciudad
disertaba hace unos años sobre esta temática, remarcando la idea de que las ONG’s
y los ciudadanos debían acometer ese grado personal de compromiso que es
imprescindiblemente necesario para salvar, en casos concretos, situaciones
límite escalofriantes. Lo que podríamos entender como limosna sobrante -decía
el político vasco- es una necesidad, supletoria muchas veces, de una obligación
que el estado es incapaz de asumir por el entumecimiento de su maquinaria
pesada o por otras cuestiones que, amparándose en la tibieza del capitalismo
arrollador, no acaban de resolver las problemáticas que se presentan
inoportunamente en cualquier momento.
La cuestión de fondo, ante la
imparable mezcla de culturas que surge de los grandes movimientos migratorios,
es creer que podemos ponerle puertas al mar o sostener estas mareas humanas con
leyes más restrictivas. Nuestro pasotismo humanitario olvida inexplicablemente,
desde hace demasiado tiempo, el enorme problema de la hambruna; se avivan guerras civiles perpetuas con
hipócritas ventas de armas; esquilmamos la materia prima que somete a los
pueblos a una debilidad económica insostenible; seguimos padeciendo una sordera
crónica ante la petición de condonar las deudas que ahogan y propician estados
de esclavitud impropia de este tiempo (¿progresista?, ¿avanzado?).
Si nos ponemos en el lugar de quienes se
aventuran a encontrar la muerte intentando tocar nuestras costas, es fácil discernir
que no hay muro que pueda contener el ansia de alcanzar aquí la dignidad perdida.
Recuerdo unas conmovedoras e
inolvidables palabras de ese cura con espíritu de santidad que desarrolla su
magisterio en la parroquia del Puente Ladrillo. Antonio Romo decía en una
ocasión que él no entiende de papeles ni de legitimidades que puedan mermar el
derecho de cualquier hombre a ejercer su libertad en cualquier parte del mundo.
La actitud cristiana lejos de cualquier tendencia política -aseguraba este
sacerdote ejemplar y tan querido- debe ser la de abrir los caminos de este
mundo privilegiado, sin caer en la tentación seudo-policial de hacer
indagaciones o exigir papeleos o signos de identidad que nos revelen si un ser
humano puede acomodarse a nuestra forma de ver y entender la vida.
Es complicado defender estos principios
en un mundo atiborrado de fronteras que dificultan, cuando ya no existen
distancias, la comunicación y el espíritu solidario que debería dar respuesta a
la esperanza del hombre.
Lo fácil es no aceptar que
nuestra racha de suerte ha de ser compartida con quienes rechazamos por su
aspecto deprimente; que nuestros niños no se mezclen con esos niños de mirada
desconfiada y oscura. Faltaría más que vengan ahora a robarnos lo que nos
pertenece -como decía antes-…, siendo nosotros quienes somos. ¿Y quiénes somos
nosotros?
Publicado en el diario El Adelanto septiembre.2007
No hay comentarios:
Publicar un comentario