J. M.
Ferreira Cunquero
Muchas veces me dijeron, que sigo con plena conciencia rescatando de
las honduras, al niño extraño que dentro de mí sigue a golpe de vida metido en su
tiempo, en mi gran tiempo, imborrable e intacto.
Por esto Juan Fausto me hiere la niñez en lo más dentro, donde las
imágenes intactas recobran atardeceres en aquel mágico patio, donde compartimos
tantas horas y tantos juegos. Era el atardecer más hermoso de la vida, con la
inocencia entre las manos jugando a conocernos y a reírnos, a pie de acera y
anochecida.
Y es que Juan Fausto, como algo inseparable de la memoria, aparece en
este desasosiego junto a los suyos, ofreciéndome
aquella bola de hierro, que lazábamos sin fuerza alguna a medio metro de
nosotros.
Maldita sea la pereza que
impidió el reencuentro, en una cita donde esperábamos fundirnos en el abrazo más
reciente y recobrado. Queríamos volver a oler en los poros de la eternidad las
coordenadas más precisas de nuestras querencias.
Juan Fausto era el chaval que cualquiera desearía como amigo, no
porque vistiera la inocencia propia de aquel tiempo, bendecido con milongas de años de paz
ficticios en los sobacos de un régimen caduco y enfermo. Juan Fausto era un
niño inseparable de ternuras que brotaban de esa forma natural, que identifica
a quien es sensible con el dolor que moraba en otros lugares, como si el fuese
hermano del hombre, de cualquier hombre que peinase por mala suerte la
injusticia. Un chaval irrepetible por los siglos de los siglos.
Y ahora leía una y otra vez en Facebook sus cosas y las dolencias de
su memoria herida, por el fétido y repugnante hedor de la tapia de este cementerio.
Desolador canto del grito de su abuelo, cuando esta ciudad en manos de la
España negra se desdijo de sus acentos culturales, para verter en la oscuridad
de aquellas noches la sangre más
reciente de los inocentes.
Juan Fausto tenía todo el derecho de sentir en sus honduras, al abuelo
que fue ASESINADO en Salamanca (Dios como pesa releer su sentencia) por
reunirse con los suyos y compartir un vino en la Casa del Pueblo.
Y es ahí donde aparece la abuela Remedios, zurciendo nostalgias y
olvidos inolvidables, en el Barrio amado de la Vega, cuando en algún anochecer
me contaba sus tristezas.
Por eso entendía a Juan Fausto cuando se echaba a la espalda la
mochila de los sinsabores y pedía justicia para tanto olvido, que clama por las
cunetas de la historia más olvidada de la historia.
Doy por seguro que el Dios misericordioso que acoge sin distinción alguna
a todos los seres humanos, hoy estará feliz al tener a nuestro Juan Fausto
cerca de sus dominios. Estoy seguro, lo reitero, que Juan Fausto, andará en los vientos que
tintinean en los cristales de la invernada, y a su lado Trufa saltará por los juncales del Tormes o
por los surcos armuñeses que rendidos a su paso vestirán para ellos lontananzas
y llanuras.
Lo sé, es simple cuestión de tiempo para reencontrarnos sabe Dios bajo
que lluvia o bajo que metáfora de esperanza abierta…cuestión de tiempo para
abrazarnos para siempre.
Fuerte el abrazo para todos, para todos lo que ahora no entienden a
cuento de que te dio por partir hacia las estrellas, donde junto a ellas
brillarás para siempre en nuestro recuerdo. Aunque duela, solo me queda decir: descansa
en paz amigo y que Dios sepa compensar lo que tanto te mereces.
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