4 de enero de 2017

EL ÁGAPE DE LOS REYES MAGOS




 
La cara de tontainas que se nos quedaba a algunos chavales por aquellos años de la escasez era de época, cuando al día siguiente descubríamos el galimatías que habían montado, como de costumbre, aquellos Reyes Magos que, posiblemente por padecer un trastorno mental por tan complicado viaje desde el oriente, confundían u obviaban nuestras desafortunadas pretensiones jugueteras. Nunca estuvieron a la altura de aquel ritual que nos hacía poner los únicos zapatos que teníamos en la ventana, sin importarnos el frío que nos punzaría las extremidades al día siguiente después de haberlos dejado toda la noche al sereno. No me digan que no es para dedicarles este recuerdo de desagravio a los tres monarcas, que nos amargaban la mañana de Reyes a los mismos rapaces siempre, insuflándonos un trauma tal que, al menos un servidor todavía precisa recurrir a esporádicos tratamientos de reciclaje por estas fechas.
No creas, amigo lector, que me tomo a broma este asunto. Mucho menos cuando estamos atrapados en este mundo capitalista, donde el derroche promociona la insatisfacción de los más débiles, en ese proceso destructor del caudal afectuoso y del ingenio que debería fomentar la noble y necesaria fantasía en los niños.
Seguro que la decepción que sufren en estos días algunos de los más pequeños, al no conseguir lo que esperan, es más peligrosa que la que sufrimos las criaturas de aquel periodo, en el que la imaginación era un remedio para todo tipo de carencias.
La publicidad engañosa multiplica las consecuencias inevitables  que promociona el escaparate televisivo, cuando bombardea el hogar buscando la manipulación de las estructuras mentales de los espectadores infantiles.
A esta patología crónica del afán consumista no somos ajenos quienes ostentamos la responsabilidad de establecer una moderación en la conquista de las cosas innecesarias, haciéndonos copartícipes del invento cuando buscamos el placer indescriptible de esa sonrisa mecánica que dura en un niño poco más de un minuto. Por otro lado nuestra paciencia de cristal es tan frágil ante el pataleo enrabietado del niño, que éste ha acentuado su experiencia como gran psicólogo familiar, sabiendo amargarnos en el momento más oportuno la fiesta.  Estos y otros aspectos,  son los que fabrican el carburante que va alimentando el círculo más viciado del consumo.
Por supuesto que la hermosa tradición española de los Reyes Magos no es la culpable de haber construido ningún tipo de patrón o comportamiento deleznable. La única culpa de este despropósito del despilfarro lo tiene la sociedad hipócrita que sigue empeñada en fomentar la creencia de que la felicidad puede conseguirse a través de la adquisición de los superfluos bienes materiales.
Los niños, al ser ajenos a esta estructura social que prefabrica  ilusiones a la carta, no deben sufrir en ningún caso las consecuencias de tal entramado socioeconómico destructivo.  Por ello, debe ser muy doloroso percibir en el seno familiar una carencia económica en estos días, en los que no dar una respuesta a la demanda reivindicativa de los más pequeños puede introducirnos en una problemática de difícil solución. No debe cabernos la menor duda de que, a parte de intentar la moderación consumista educando, debemos compartir lo que tenemos, con la esperanza de que ni un solo niño se quede sin juguetes.
Un niño nunca podrá comprender la razón por la que los Reyes Magos se alejan al pasar por su casa y de eso, ya digo, entiendo un rato largo…

1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo con tus palabras. Como siempre, un gusto leerlas.
    Fdo: aquella niña que vio a Baltasar salir por la ventana una noche 5 de enero

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