La cara de tontainas que se nos
quedaba a algunos chavales por aquellos años de la escasez era de época, cuando
al día siguiente descubríamos el galimatías que habían montado, como de
costumbre, aquellos Reyes Magos que, posiblemente por padecer un trastorno
mental por tan complicado viaje desde el oriente, confundían u obviaban
nuestras desafortunadas pretensiones jugueteras. Nunca estuvieron a la altura
de aquel ritual que nos hacía poner los únicos zapatos que teníamos en la
ventana, sin importarnos el frío que nos punzaría las extremidades al día
siguiente después de haberlos dejado toda la noche al sereno. No me digan que
no es para dedicarles este recuerdo de desagravio a los tres monarcas, que nos
amargaban la mañana de Reyes a los mismos rapaces siempre, insuflándonos un
trauma tal que, al menos un servidor todavía precisa recurrir a esporádicos
tratamientos de reciclaje por estas fechas.
No creas, amigo lector, que me
tomo a broma este asunto. Mucho menos cuando estamos atrapados en este mundo
capitalista, donde el derroche promociona la insatisfacción de los más débiles,
en ese proceso destructor del caudal afectuoso y del ingenio que debería
fomentar la noble y necesaria fantasía en los niños.
Seguro que la decepción que
sufren en estos días algunos de los más pequeños, al no conseguir lo que esperan,
es más peligrosa que la que sufrimos las criaturas de aquel periodo, en el que
la imaginación era un remedio para todo tipo de carencias.
La publicidad engañosa multiplica
las consecuencias inevitables que promociona
el escaparate televisivo, cuando bombardea el hogar buscando la manipulación de
las estructuras mentales de los espectadores infantiles.
A esta patología crónica del
afán consumista no somos ajenos quienes ostentamos la responsabilidad de
establecer una moderación en la conquista de las cosas innecesarias, haciéndonos
copartícipes del invento cuando buscamos el placer indescriptible de esa
sonrisa mecánica que dura en un niño poco más de un minuto. Por otro lado
nuestra paciencia de cristal es tan frágil ante el pataleo enrabietado del
niño, que éste ha acentuado su experiencia como gran psicólogo familiar,
sabiendo amargarnos en el momento más oportuno la fiesta. Estos y otros aspectos, son los que fabrican el carburante que va
alimentando el círculo más viciado del consumo.
Por supuesto que la hermosa
tradición española de los Reyes Magos no es la culpable de haber construido
ningún tipo de patrón o comportamiento deleznable. La única culpa de este despropósito
del despilfarro lo tiene la sociedad hipócrita que sigue empeñada en fomentar
la creencia de que la felicidad puede conseguirse a través de la adquisición de
los superfluos bienes materiales.
Los niños, al ser ajenos a esta
estructura social que prefabrica
ilusiones a la carta, no deben sufrir en ningún caso las consecuencias
de tal entramado socioeconómico destructivo.
Por ello, debe ser muy doloroso percibir en el seno familiar una
carencia económica en estos días, en los que no dar una respuesta a la demanda
reivindicativa de los más pequeños puede introducirnos en una problemática de
difícil solución. No debe cabernos la menor duda de que, a parte de intentar la
moderación consumista educando, debemos compartir lo que tenemos, con la esperanza
de que ni un solo niño se quede sin juguetes.
Un niño nunca podrá comprender
la razón por la que los Reyes Magos se alejan al pasar por su casa y de eso, ya
digo, entiendo un rato largo…
Totalmente de acuerdo con tus palabras. Como siempre, un gusto leerlas.
ResponderEliminarFdo: aquella niña que vio a Baltasar salir por la ventana una noche 5 de enero