31 de mayo de 2016

PROFESORES INDEFENSOS


J. M. Ferreira Cunquero

Dibujo de J. Prieto, del libro Trashumancia del deliro
El profesorado está sometido a unas pautas que controlan sus excesos o extralimitaciones dentro del ámbito de  la enseñanza, como no puede ser de otra manera en un estado de derecho. La paradoja es que esa normalidad aparente sucumbe ante los vicios sociales que trastocan la escala de valores. Por esto muchos profesionales de la enseñanza superviven bajo el imperio del terror paralizante; violencia sorda que, en determinados centros, ha extendido su red como una tela de araña propia de la época cavernícola.

Es demasiado fácil que se suscite, ante cualquier acción disciplinaria hacia el alumno, la denuncia que surge de los demenciales intereses de una masa borreguil constituida por demasiados progenitores ineptos, que ven a sus hijos como serenos mozalbetes intocables.

Si a este acoso sufrido por los profesores, se une el que padecen ciertos chavales indefensos, es posible que este conflicto, que pisotea los derechos más básicos de la persona, necesite una réplica legislativa de quienes gozan del gran privilegio que da el poder institucional para dictar normas de convivencia.

Los alumnos violentos, pese a sus acciones reprobables, no pueden ser tampoco (por muy bestias que nos parezcan) desechados socialmente o recluidos, como si fueran perros rabiosos, en correccionales que, más que educar, marcan con la exclusión que arrastra y empuja a estos jovenzuelos indomables al futuro sin futuro.

Reconocido esto y, ante la perpetua campaña promocional de un consumismo despiadado, que nos ha metiendo en su cadena de montaje cual si fuéramos auténticos monigotes de la feroz maquinaria capitalista, sólo nos queda exigir que se establezcan cauces educadores en los cimientos más básicos de la sociedad; tarea complicada cuando el choque de intereses mercantiles de todo tipo trata de hacernos partícipes de un plan que promueve la incomunicación y el egoísmo de fondo, para alimentar estas situaciones tan lamentables. Porque en el fondo lo que se lleva, es que para que el nene no dé el coñazo, hay que darle unas buenas dosis de videoconsola o una intensiva ración de teletontería. Así oye tú…qué tranquilos vivimos. 
Publicado en el diario EL ADELANTO DE SALAMANCA hace mil años.

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