12 de mayo de 2016

EL GRITO DEL BOSQUE



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J. M. Ferreira Cunquero

Bosque de Oma de A. Ibarrola

El Bosque de Oma es una muestra artística impactante por esa amalgama de aspectos que sobrecogen cuando se pisa con ilusión el marco natural donde el sueño de un hombre, empeñado en sujetar al tiempo su grito, ha hecho posible que el arte vaya más allá de la propia expresión o sugerencia que lo matiza. El Bosque Pintado de Agustín Ibarrola es sobre todo un púlpito donde palpita con vida propia el inconformismo de un de un ser humano que, siendo fiel a una verdad sin fisuras, se resiste a poner de rodillas sus profundos e intocables  principios ante el sistema sociopolítico que impunemente con premeditación y alevosía le ha cercado.

          El Valle de Oma es un pasillo hacia la ternura de los verdes contrastes que se mezclan con inusitado mimo en la paleta montañosa, vigía con celo del lugar más exacto para respirar con antojo la belleza y la vida.

Foto portada del libro: Bosque de Oma. de A. Ibarrola
           Seguramente Ibarrola puso en vigilia constante todas sus  horas para observar con pasión ese marco del valle donde la naturaleza adormece, viste y repone caprichosamente uno de los espectáculos más impactantes que hayan logrado sobrevivir intocable ante el desbocado carrusel de los siglos.

          Desde ese primer y fugaz contacto con el hechizo de aquellas laderas, no he podido olvidar el Bosque, su voz y sus miradas.

           El abrazo con volumen de las formas inquietas constatan el impulso dolor de un hombre con fondo descriptible y palpable. Claridad que impregna con desacostumbrado asombro, el Bosque que viste de sugerencias vitales trascendental su argumento.

Quiero imaginar. Sueño con atisbar los primeros momentos en que Agustín y su esposa Mari Luz, son coparticipes del prematuro germen con el que las musas en ceremonia fraguan la pertinaz sensatez del ingenio. Horas mágicas  en que los dioses mecenas del arte señalan y escogen para siempre a los elegidos. Deseo imaginar a ambos en la soledad del monte escuchando el silencio, la evolución de las formas al estirar por los troncos sus primeros abrazos, la inauguración con perspectiva de las miradas que habitan la superficie espacial con etéreas presencias. El pronto regreso del hombre que torna de los otros lugares donde el tiempo escribe su historia desliz sin escritura ni sombras.

         En las quedas horas en que el bosque duerme, -yo lo he visto-, escalan los moradores viejos de Santimamiñe tenazmente la quimera de Ibarrola. Sobre el cuadro natural extendido, en halo misterioso la niebla entregada besa el paraje preñando la estancia de sutiles encantos. Luego, despiertos tragaluces  envían guiños desde el celaje a las confusas y juguetonas veredas donde la ensoñación practica lenguajes ocultos con la perenne hojarasca en los  pinos.

Ensimismado en esa matinal neblina que tiene empeño en desliar mimosas y endebles pátinas sobre los árboles lienzo, comienza a despertar la vida. Los dedos rayas y multitudes de musgos besos sobre la musical epidermis de la lluvia tenue, me hacen situar en el epicentro de la mágica arboleda, donde los rasgos entonces se insinúan como parte esencial del corazón abrazo del Bosque. La ilusión ramifica intensos adentros. La intemperie besa resguardando como un tesoro del conjunto arbóreo  el alma matriz de la idea. El Bosque de Ibarrola es una descomunal e indestructible pancarta, donde la lluvia ácida  sobre las cortezas oleos, o las miradas luces sobre la vegetal tez de las coníferas telas, han puesto voz y palabra en el grito de un hombre que no han hecho callar las pistolas del miedo. 
Publicado en Tribuna de Salamanca, 2003

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