20 de febrero de 2016

LA FUGA DE QUEVEDO



J. M. Ferreira Cunquero

Ayer Quevedo nos pidió con excelsa suavidad que le permitiésemos partir. 
Después de 18 añadas, ha dejado vacante su reinado en los rincones de la casa y por tal razón, la plebe ha resuelto por unanimidad que ningún otro felino podrá ocupar su puesto.



No tenía ni idea de lo que lo quería  y mucho menos podía intuir  este vacío que nos ahoga con una descomunal fuerza en estos momentos.

Hasta el sol al no verlo tras los cristales, ha preguntado por él esta mañana. Por esta razón, se ha escondido detrás del nubarrón, hasta que una bruma experta en estas cosas del querer, lo ha convencido de que hoy, en honor de Quevedo, debería lucir con más ímpetu sus amarillentas galas. Por tal causa, el padre sol de estos dominios charros, ha iluminado el día con brío, hasta transformarlo en una insinuación primaveral de lujo.



Del currículo de Quevedo, he destacar que estudió derecho al lado de mi hija, bajo un flexo y que fue testigo de mis dudas a la hora de escribir mis pobres letras durante todos estos años.


Era el certero y puntual reloj mañanero, que nos anunciaba el nuevo día y al anochecer  en  estricto ceremonial, haciéndose el remolón, lograba retrasar nuestra partida hacia el atajo de los sueños.



Lo escogí hace 18 años, porque era el más canijo de aquellos siameses que jugaban en el escaparate de la tienda de animales, a la que odio con todas mis fuerzas, por algo que acaeció un trágico verano…cuatro años más tarde.



No sé cómo expresar mi agradecimiento a la clínica  veterinaria que está sita en la Plaza del Barrio de la Vega. Mucho más desconozco como puedo abrazar, decir o expandir nuestra gratitud a la doctora Sonia Silva por hacer suyo a Quevedo, a la hora de ayudarle a morir con ese cariño perceptible, que solo puede brotar en quienes aman a los animales con verdad y sentimiento.

Y así fue como dulcemente el rey de esta casa, sin hacer el menor ruido y con una dignidad (que ya quisiera para mí algún día) se fugó al otro lado de las horas, donde espero ¿por qué no soñarlo? que volveré a sentirlo ronronear encima de mis rodillas. Ese será el tiempo en el que jamás le negaré las manos que han de acaríciarlo con espíritu de eternidad por los siglos de los siglos.



Las cenizas de nuestro Quevedo, en la pronta primavera nutrirán las flores del geranio y cuando el viento sople con empeño el polen, lo veremos transitar por los lugares, sin tregua, como dueño y señor del aire.

Descanso eterno para ese ser tan especial que tuvimos la gran fortuna de compartir y disfrutar, mientras nos enseñaba, que los animales tienen ese sentido sublime para querer, que ya quisieran disfrutar muchos hombres…


3 comentarios:


  1. Que bonitas palabras para hablar de un ser tan especial. Nunca olvidaré a Quevedo, que formaba parte de aquellas mágicas noches de reyes.
    Un saludo.

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  2. Isabel Bernardo22:02:00

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  3. ISABEL BERNARDO22:04:00

    Querido José Manuel,
    Acabo de saber que Quevedo se ha marchado de vuestro lado. Que en vuestra casa esta noche hay un pequeño espacio –y digo pequeño porque siempre lo grande ocupa muy poco- que callado ronronea su ausencia. Ciertamente yo no conocí a Quevedo hasta hace pocos días cuando tú me hablaste de las dificultades que venía teniendo. Ni siquiera pude asomarme a esos ojos que en la fotografía de la fuga parecen sostener el Mediterráneo entero. Solo sabía que a Quevedo le pesaban más los años que la vida, como a tantos y a tantos otros que conozco, y que de vez en cuando amenazan con soltar lastre. Nosotros siempre insistimos: No, agárrate fuerte, no te vayas –les decimos. Porque nos resistimos a creer que el reloj ha de pararse en una hora cualquiera, que lo que nos rodea no puede decidir cuando quiere fugarse a la otra orilla, y descansar en paz. Tal y como están las cosas, Quevedo ha sido un tipo inteligente. Si es cierto que Dios tiene reservado su reino a los justos, más le vale estar un poco lejos de todo esto.
    Yo ahora imagino a tu gato en una hermosa silueta transparente, de acá para allá, en esos cosmos templados e infinitos donde no caben los excesos, ni las banalidades. Aquí hubiera sido el pobre un desgraciado. Porque aunque los animales no disciernen, intuyen. Y este mundo está tan “patasarriba” que cualquier día hasta a los bichos domésticos les ponen un impuesto de género felino.
    Mi perrita Bruja hace ya dos años que dejó sus carnes al hambre de los helmintos. Para que el banquete no fuera tan indigesto planté una mata de espliego sobre ese pedazo de tierra, que no veas cómo ha crecido. Me refiero a la planta. La tierra a los pocos meses descendió una cuarta, y entonces supe de verdad que mi perra era ya solo polvo y alma. Y que allí abajo estaría su bello esqueleto apretándose como solo ella sabía hacerlo. De vez en cuando salgo al jardín y le cuento mis cosas. Nadie como ella para guardar mis secretos, te lo juro. Ahora también, desde esa sombra que de vez en cuando dibuja el aire, lo sigue haciendo. Es lo que tienen los muertos, que siempre escuchan y callan. Casi como Cristo cuando le flagelaban y no respondía a las preguntas. Quevedo se sabía tu pregón de memoria, estoy segura. Como sé que guardará la alegría y el silencio de tu casa y de los tuyos, como no lo hará nadie.
    Amigo Ferreira. Y también Carmen, y tu hija. Guardad su memoria en sus días más alegres. Lo que se guarda, vuelve siempre con las mismas voces. No sé si es por eso de escribir cuentos, pero una de las cosas que cada día le agradezco a la vida, es que cada mañana un ruiseñor se pose en una rama del árbol más fecundo de mis adentros y, sencillamente, cante.

    Un beso muy grande y ¡feliz descanso para Quevedo!

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