José Manuel
Ferreira Cunquero
La despensa
nacional tiene tal colgadura de chorizos, que es imposible, por mucho empeño
que pongamos, saber a qué añada matancera pertenecen. Ni los ambientadores
afines a la cosa ministerial logran quitar ese tufillo que contamina las notas
reales de una zarzuela, donde la pifia a lo grande, en el centro del escenario,
todo un barítono yerno. Mientras tanto en los submundos del poder, los
pasamontañas terroristas indecentemente cubren los caretos de quienes reciben
sobres y prebendas que huelen a grasienta pasta gansa. Gentuza que logra
predicar (después de sus correrías por el alcantarillado patrio) con una
sonrisa de plomo maleable no sé cuantas honradeces, en cualquier espacio
televisivo que se les ponga a huevo.
Lo peor es
que la cosa social que vivimos se presta a que los rufianes y tracaleros se
suban a las tarimas a bendecir, con sus sermones, la calma de los tontos.
Aquí todo el
mundo es buenecito y por tal causa, algunos hasta se acoplan la hipocresía con
tal de seguir montándoselo en apariencia. Vamos, que puedes dar con un
empresario de esos que sisaron por costumbre, vacaciones y pelas a sus curritos
durante años, cuando larga ahora la monserga de sus ímprobos esfuerzos para dar
de comer a los suyos. Porque estos tipos, que suelen padecer la dualidad santera
que han mamado de su propia mala leche, llegan a creer que en ellos mismos nace
la decencia y hasta osan decir, cual si fueran frailones aparentes, que
sus empleados fueron para ellos como hijos. El problema es que tales vástagos,
al estrenar su libertad como jubilados, se libran del estreñimiento verbal y te
cuentan, los pobres, con pelos y señales que no fueron más que puta carroña en
las garras buitreras de sus amos. Después respiran hondo y aunque ya han
logrado reírse a pata suelta, susurran que todavía tienen pesadillas al
recordar dónde estuvieron jodiendo, durante siglos, la paciencia.
Y si faltaba
la música en el baile, para que estos oradores de tres al cuarto se fabriquen
la estrategia de vender el humo traficante de sus peroratas humanistas, llega
de la Argentina un tal Francisco, con el zurrón del pastoreo repleto de
verdades, para fustigar con sus cavilaciones, más que a nadie, a los propios
mercaderes de la Iglesia. Y es que suelen olvidar, estos mangurras del
palabreo, que la cuestión eclesial incumbe a todos los que pertenecen a la
misma y mucho más a sus pastores y a los listos que se doctoran en la pérfida
explotación de sus congéneres.
El caso es
que este hombre, de talla moral indiscutible y cada vez más reconocida, aclara,
con insistencia, que en el mercadeo mundial de las prevaricaciones o donde
suele explotarse al hombre por sistema, con el Evangelio en la mano es fácil
poner las cosas en su sitio.
Y es que no
se salvan ni los clérigos, que actúan siendo la excepción, como infames
magnates de la usura o como avaros lacayos que visten la sotana para alimentar
sus ambiciones manoseando la Palabra. Detrás, sosteniendo la vela, en una
procesión interminable, se sitúan los laicos glotones que en la indecencia más
infame, mientras sangran obreros o camuflan euradas, en misa como
devotos de algún típico santo al uso, suelen bañar en lágrimas su embaucador
aspecto sensiblero.
Mientras
tanto los BROTES VERDES de la pobreza se extienden como una calamidad
por este país en el que solamente los beodos siguen bailando como si estuvieran
en vísperas del gran festejo. Eso sí pagaremos con nuestras famélicas nóminas
el cotarro, aunque nos dé grima la música obscena que, una y otra vez,
machaconamente, nos pinchan para tocarnos las narices.
Publicado en: http://salamancartvaldia.es/not/41089/-olimonos-la-mierda
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