Algo debe tener en su raíz el cajón atontado de
colorines, cuando los grandes capitales y los gobiernos de turno lo dan
absolutamente todo por tener el privilegio de rellenarnos el hueco vacío del
ocio.
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Foto: dparranda.net |
La programación repetitiva, nauseabunda y de mal
gusto porta la impregnación de los tiempos que corren. Factores como el
individualismo o la incomunicación fomentan ese estiramiento de orejas por los
sofás de las casas al anochecer, y esa entrega a los brazos de la comodidad que
entraña el que otros piensen por nosotros. La abusiva falacia de interminables
anuncios que, a base de fotogramas concienzudamente estudiados, intoxican el
cerebro, son un auténtico atentado a la dignidad de las personas muchas veces, y
otras un flagrante delito contra la libertad de los más pequeños, que comienzan
irremediablemente su andadura como consumidores de televisión y claros
aspirantes a ser futuros adictos de la magia perversa del tubo incendiario de
la cosa creativa.
El consumismo, como espectadores pasivos del
engendro, es el que protege y monitoriza esa programación y contraprogramación,
que basan su cualidad y escasísima calidad en los porcentajes de audiencia. De
sobra saben, los siniestros diseñadores de nuestras horas televisivas, lo que
vale en número de espectadores media teta en formol de cualquier famosera, o todo lo que disfruta el
personal enterándose, por fin, de que el padre de la pobre criatura es un señor
bien “peinao” de Alcorcón. Gentes que van arrastrándose por los programas
estiércol de las distintas televisiones, revendiendo la poca dignidad que les
queda. Cámaras ocultas que desentrañan ridículamente, con escándalo incluido,
la larvada vida de los famosos del pringue, que, gracias a que nosotros
colaboramos encendiendo la pantalla muradal, ingresan más parné.
Si eligiésemos bien dentro de la oferta que se nos
ofrece, -cosa casi imposible- la televisión no sería ni tan mala ni tan nociva.
Pero lo que sí podemos tener claro es que, aunque tenga más de mil líneas la
pantalla, muchas, muchísimas más y con mejor definición las tienen las páginas
de un buen libro.
Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca y en el de Zamora 26.04.13
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