9 de enero de 2010

MÚSICA DE ALDABA

















J. M. Ferreira Cunquero

La aldaba poética de Blanca Sarasua, con ritmos de ensueño, insiste en golpear el portón antiguo donde moran aún las amadas pertenencias. Después, es fácil escuchar y enamorarse de esta voz poética, que nos seduce con el encanto de un cuerpo hecho palabra, que es grito literario de quien ha conseguido nacer para mostrarse.

Más allá del agasajo que Música de aldaba obtiene en uno de los más prestigiosos premios que se otorgan en nuestro país, está la poesía como vivencia de verdad; valor creativo, que resurge bajo la impregnación de este reconocimiento que puede ser rito inicial, descubridor de la significativa dimensión de esta poeta empeñada en indagar desde siempre, con afán innovador el alma de la palabra.

Blanca Sarasua, con ingenioso acierto (predominante en su dilatada obra) estructura un libro sorprendente, que nos introduce en los caminos armoniosos a golpe de batuta insinuante, hasta envolvernos en la encantadora sensación que nos inculca la necesidad de ser (ella lo ha sugerido muchas veces) parte del poema.

Este es el gran logro de los cuatro tiempos musicales en los que se divide el magnifico poemario. Sus versos son pócima alentadora que nos infunde la feliz propuesta de hincar nuestro cómplice abandono en la rítmica interpretación de sus pentagramas creativos. Poesía envolvente, con médula de experiencias descifradas en un concierto de sencillez que embebe; fragancias de una manifestación artística inquietante, que nos motiva a buscar respuestas en el núcleo espiritual de nuestros adentros.

La poeta vizcaína nos incita, como ya lo ha hecho otras veces, a subir peldaños en la inusitada complacencia de la plena libertad que emerge, sin ángulos, de un sol interior hecho plegaria/ después de tantos años de dogmas encerrados. La libertad en Blanca (a su lado lo he sabido) tiene esencias de obsesión y no hay remiendos ni entresijos que trastoquen su andadura: Ya no tengo una patria que marque territorio,/ ése es mi pueblo inédito: mi libertad sin red/ arriba de las siglas, buscando emparejarse/ con quien pueda entenderlo.

Con una estética depurada, Blanca nos muestra los ámbitos sociales que la incitan a descubrirnos un dolor impregnado de sensibilidad metafórica, que nos une a los efluvios de su observación, logrando despertar, en nuestro feudo más vehemente, el deseo de ser legítimos cómplices de sus carismáticas vivencias. Ser con ella en lo vital transeúntes de vida y tiempo: Me mira un niño, y le entrego mis armas./ Me mira esa señora como un tapiz colgado/ y no puedo entenderla./ Una mujer mendiga a la salida/ con contrato blindado de pobreza;/ su mirada páramo/ un agua triste pierde por sus juntas./ Y salto por encima.

La soledad aparece con el beso seductor que la embelesa, traduciendo liturgias humanistas que acopian, del intangible edén de las sustancias, como ofrenda, el más fresco de los ramos de palabras.

La poesía grande, que sólo puede surgir de la interpretación sensitiva, lejos de amaneramientos y trivialidades, en este libro le hace honores a la prestigiosa colección Adonais y al Premio Internacional de Poesía San Juan de la Cruz, que en el pasado 2008 integra en su fecunda trayectoria a Blanca Sarasua.

Nada mejor para despedir esta osada aproximación a Música de aldaba, que dejar un poema como referencia de esta obra literaria tan atractiva:

Cribar la agenda. Esa amistad/ hundida en sus escombros/ que salió de tu nómina por propia voluntad./ No hay indemnización para el olvido,/ bastante cuesta cerrar el ataúd/ sin esconder la llave entre los senos./ Un cachorro de luz que retoza en la alfombra/ se enreda entre mis pasos y jugamos./ Contra un peldaño roto más coraje.

Publicado en el Adelanto de Salamanca 7.01.10







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