23 de enero de 2010

GRAN JEFE





J. M. Ferreira Cunquero




Varios amigos con garantía total de izquierdosos con marcha, no cesan de asegurarme que Zapatero, como gran jefe del partido en el que militan, nunca podrá dar el tono de sensatez política que les sobraba a los personajes históricos del PSOE en la transición.


Claro que esto lo dicen quienes no temen caerse del marco fotográfico por estar lejos del chollo o soldada oficial al que tantos se cuelgan por puro agradecimiento.


El caso es que cuando arremeten contra ZP los suyos, sigo sin entender porque me entran extraños arrebatos que me obligan a demostrar que el Jefe del Ejecutivo es mucho más inteligente que ellos y que la inocua oposición obstinada en seguir fabricando señales de humo en el monte de los despistes.


Dejando a un lado a Suárez, que tuvo el entramado fáctico y toda la legión leñera de la rojería curtida en mil batallas en su contra, Felipe González, es el hombre de la dimensión política más admirable, bajo mi punto de vista, que ha tenido nuestra democracia. Nadie pondrá en duda hoy su inteligencia y sus dotes como estadista en el primer ciclo de su mandato. Admitiendo esto sin extrema pasión, es fácil asumir, que para otro gran número de españoles Aznar ha sido el mejor ocupante que hemos hospedado en la Moncloa.


El caso es que Felipe González de forma pública ha afirmado en varias ocasiones, que él nunca tuvo el poder que ostenta Zapatero a la hora de controlar el partido socialista. Esta destreza para manejar los entresijos de la complicada estructura del PSOE, requiere cuando menos el reconocimiento de cierta intuición en nuestro protagonista, a parte de la inmensa fortuna, que es indiscutible compañera de viaje para hacerse con las riendas de un tinglado familiar de tal magnitud. No olvidemos las desavenencias que sufría el PSOE en sus vísceras políticas antes de la llegada del más importante de los Rodríguez españoles al balcón absoluto del poder. Manejar el cotarro con esa disciplina unitaria e intratable sólo puede lograrlo un hombre mucho más listo de lo que aparenta o de lo que muchos de sus detractores tratan de vender bajo esa absurda predisposición a no darle agua al contrincante ni en la más dura travesía del desierto.


Nadie infla como ZP esos globos insulsos que logran subir al estrado del debate nacional, situando a pie de calle, en boca de todo el mundo, cual pura artesanía de la casa, el producto estrella que en la gran tómbola nacional es puro chisme.


Mientras tanto en la otra ladera del valle de nuestras discordias, Rajoy da palos de ciego por el interminable laberinto de sus propias contradicciones. Así podemos verle criticando incluso alguna ley que fue aprobada por el mismo cuando era responsable en la época Aznar de un ministerio. Los fuegos de Rajoy no acaban de calentar el guiso de la esperanza por muy a favor que se le pone la bendita parafernalia de las encuestas. Las piras de ZP son otra cosa. Hogueras de San Juan con pirotecnia festiva que alela al gentío mientras recuenta en el utópico cielo intergaláctico los colorines.


Ahí tenemos como prueba de su talla, a los sindicatos más comprensivos de la historia, metidos en un tablero social que este gobierno maneja con destreza empalagosa de contrastes.


En el fondo Zapatero, y esta es su gran proeza, se ha convertido en más genial representante de lo abstracto. Un creador que sin ser capaz de entender su propia obra, ha logrado colgarla en el museo social más trascendente, donde todos, queramos o no, nos movemos al son de sus magistrales pinceladas.

Pubicado en el diario El Adelanto de Salamanca 21.01.10

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