24 de septiembre de 2009

CARROMATO DE PACIENCIA


J. M. Ferreira Cunquero


Uno de los cabreos más letales que nos amargan la vida es vernos atrapados en una sala de esas, donde esperar es un ejercicio de paciente abandono. Allí el tiempo se paraliza haciéndonos sentir que no somos más que pobre minucia en decadencia.
Para que tenga más fuelle el fuego, encima, suele surgir por la angustia el sudor que te delata el acojono cuando llevas sin oír tu nombre durante horas en el gangoso puñetero altavoz.
Cuanto más disimulamos, afligidos por la contrariedad, más se nos congestiona el rostro de gilipollas, con lo cual sólo queda meternos en quimeras idílicas, que nos ayuden a huir de la celda desorganizada, donde la más nefasta de las estructuras públicas, con alevosía y crueldad, nos roba el tiempo por todo el morro.
Lo peor es cuando la creciente ofuscación nos pone al límite de la impotencia, sacudiéndonos un calambrazo inaguantable, que no es más que pura leche avinagrada, en forma de rebeldía silenciosa. Y es que no falla…, siempre somos testigos del hecho milagroso cuando alguien, con aparente boato, se hace notar, para hacernos percibir cómo funciona la asquerosa influencia de tanto cara dura. Así nos cuelan, a quien acaba de llegar, por esa ansiada puerta que algún día se abrirá por fin para nosotros. Es el enchufismo y la prebenda, el pícaro matiz de una forma de comportamiento (producto made in Spain), ante el que claudicamos encogidos de hombros. Sigo preguntándome por qué no somos capaces de dar un puñetazo social en la mesa, montando un lío que sirva al menos para sonrojar a estos desvergonzados, que se jactan de vestir ciertos galones con derecho al uso y abuso de tanta licencia.
No hay nada como tener un buen enchufe para acoplar la batidora y mezclar bien el huevo de la buena suerte en la cazuela. Y es que los enchufes siguen siendo vitales para que las cosas funcionen como unos cuantos privilegiados anhelan.
Lo de que alguien se te cuele en los abarrotados salones del conformismo casi es pura anécdota, si lo comparamos con las maniobras domésticas que se dan en las administraciones, que más que públicas, en estos casos, son patios de vecindad bien avenida, donde más allá del compadreo puro y duro, se pacta bajo cuerda el genial convenio de las contrapartidas. Hoy por ti y mañana por nos.
Lo del dedo funcional, caprichoso e indolente es ya admitido en la real academia del todo vale, como algo natural e intrínseco del poder que atesoran ciertos cargos de la cosa pública. Puestos de confianza que revocan, aplastan y fulminan a funcionarios que honradamente han fraguado, a lo largo de toda la vida, una preparación que es menospreciada de repente. Es el lujo de los jerifaltes que logran trepar serpenteando por los felpudos del chollo, mientras se bautizan en la compensatoria sumisión del “mande usted”.
Así se diseñan, cuando viene el caso, puestos con influjo partidista, que sombrean agradecimientos inconfesables o, vete a saber tú, qué trueques o avenencias para darle un democrático tufillo a la apañada merendola.
Reconducida la legalidad, en forma de oposición trucada, el enchufe facilita al mozuelo de turno inéditos textos en familiar exclusiva. Si por traición un chivatazo promueve la sospecha, no hay porqué preocuparse, el gazpacho está tan bien batido que bajará por el tragadero como si nada. Las reclamaciones en estos casos se estrellan contra exámenes bien resueltos. Y es que el dedo de la fortuna puso, en manos del favorecido, la breva que maduró a escondidas su gracia, en forma de temario, antes de ser convocada la amañada oposición.
Da igual la época. En todo tiempo los herederos del gran montaje trifásico se hicieron con el pasteleo de la prebenda, mientras los obreros de mesa y libro se dejaron la piel y los ojos, entre apuntes, muchas veces para nada.
En estos casos, como en otros, la democracia, nuestra democracia no deja de ser un simulacro de derechos, al que se le ha escapado por el foro la igualdad.

Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca 24.09.09

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