3 de mayo de 2009

La misma manteca

J. M. Ferreira Cunquero


La dictadura no pudo terminar con los comunistas del exilio, ni con todos los que se fueron añadiendo a aquel grupo que consiguió ser fiel a la lucha contra el sistema franquista. Pero, cuando la Transición mamaba en las primigenias ubres de la esperanza, muchos militantes significativos del PC se entregaron a la planificación de su propio futuro. Algunos de ellos, por súbita evolución natural, acomodaron su ideología sobre el moderado colchón de la izquierda más blanda y reconfortante. Otros buscaron su calma en los frondosos jardines del partido socialista, donde el embriagador perfume de los capullos frescos limó cualquier contradicción ética que pudiera paralizar el desbocado deseo de subirse en la burra de la política con garantías de futuro. Así el PSOE se hizo con buenos remeros para su espectacular recorrido hacia la Moncloa, mientras el PC comenzaba a dar grandes signos de naufragio. El análisis del desastre comunista tiene otros trasfondos de más calado, ya lo sabemos, pero esta deserción justificada del montaje evolutivo personal hizo seguramente mucho daño.
Sin irnos a los cerros de las serranías lejanas para buscar la floresta, podemos encontrar, a poco que recordemos, un buen ramillete de este tipo de buganvillas, cambiantes de color en las jardineras políticas de nuestro entorno más cercano.
De todos modos, el contexto internacional estaba machacando, con la apisonadora realista, al comunismo, y de poco servía ya el papel importante que mantuvo durante muchos años el PC español por su coherente lucha en la clandestinidad.
Uno de mis maestros más admirados me causó, por aquel entonces, un profundo desgarrón en el desasosiego utópico de mis afanes. Ya me había mosqueado verlo en la fiesta de aquella ciudad, donde compartíamos peripecias, detrás de una virgen con expresión inmutable de ingenuo caradura. Pero me convenció, más que el recuerdo de sus años de prisión junto a Miguel Hernández, su novedosa arenga política: Los ateos convencidos debemos aprender a respetar las expresiones culturales del pueblo. Esto son votos en las urnas y aquí todo sirve.
En las siguientes elecciones locales allí estaba, apabullado, con rostro de miserable, luciendo una pegatina de otro partido en su chaqueta. Cómo nos alegramos, al comprobar meses después que sus valedores aplicaron el dicho popular que tanto reconforta, cuando comprobamos que algunos traidores no logran alcanzar, por venganza o vergüenza, los compromisos que sirvieron para poner el pobre saldo de su interesada dignidad en venta.
Muchos trásfugas vistieron el plural plumaje para camuflar su ética de perra gorda, certificando que todo vale cuando, con soltura, como desvergonzados parásitos de la política interesada, consiguen sus deseados jornales o prebendas. Es uno de los costes que nuestra democracia ha afianzado, bajo la falsa premisa de que el precio de la libertad exige el coste de estas licencias.
Que el ex presidente de la Junta de Andalucía olvide, de repente, sus compromisos de entrega total a la causa de aquella tierra por un ministerio, siendo chocante, entra dentro de una situación comprensible, que se suscita dentro de los intereses de su propio partido.
Lo de Rosa Aguilar, sin embargo, despierta la decepción y la repugnancia en las filas de IU, por mucho que Cayo Lara le eche tranquilidad, con cierta inteligencia, a este asunto, que causa otro fuerte traumatismo en la castigadísima zona lumbar de IU. Nada se le puede reprochar al PSOE por fichar a una mujer con carisma, y seguramente con capacidad para llevar a cabo cualquier empresa. Pero quienes no militamos en ninguna organización política, afianzamos la impresión, con este nuevo episodio del oportunismo político, de que aquí todo vale para algunos, cuando la oferta les pone a huevo cualquier chollo.
Otra cosa es que la señora Aguilar hubiese dejado el bastón de alcaldesa por su disconformidad con IU y, después de haber regresado a la vida común de los mortales, hubiese sido fichada por los socialistas. Claro, eso habría sido otra cosa. Pero es lo que es, otra porción de la misma manteca. Qué asco.

Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca, el jueves 30.04.09

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