12 de abril de 2009

POETA ANTE LA CRUZ. O9


Coexisten, como vivencias que se intuyen, letanías apagadas en el vientre catedralicio. Voces de pretéritos tiempos, que dejaron huellas de oraciones conmovidas, mezcladas con espíritu de permanencia inamovible, hasta recibir los ecos que han brotado, ahora, de una voz literaria selecta, como sublime conmemoración de la palabra.
Antonio Sánchez Zamarreño, como Poeta ante la Cruz, frente a la imagen del Cristo de la Agonía Redentora, con sus versos estremecedores, oró, junto a mucha gente, hace unos días, en la Catedral Nueva de Salamanca.
En su desnudez exacta como hombre, Sánchez Zamarreño nos situó junto a él en el Calvario, mediante la excelsa hermosura que ha esculpido, con el buril del ingenio, sobre la materia virgen, su poesía.
Cristo ha sido musa y voz, latigazo y sombra de un atosigante y permanente vínculo de insinuación, que ha despertado en el poeta el ansia de ser nuestro. Ser nuestro desde la autenticidad que surge cuando, abatido por el sufrimiento que lo ha despojado frente a la cruz, logra verter, en el cáliz de su bondad, La nuca del malhechor.
Con anterioridad, aparece el título de esta portentosa obra en el verso de un poema conmovedor, con el que inmortaliza, con afecto de trasparencias, el apasionante e indestructible amor hacia sus padres, en la obra poética colectiva A la vera de la Cruz. En otros momentos del poemario, surge esa misma nuca del malhechor rozando, con vida agónica, la madera ensangrentada.
Antonio nos da una lección magistral, con esta novedosa muestra de inspiración, logrando que nos ubiquemos, con ansias de ceremonia, en la métrica clásica, que él recupera y engrandece con un sabio proceder de poeta instruido. La musicalidad y el ritmo aúnan en sus manos la poética, que irradia con beldad indescriptible el feliz recuerdo de los grandes místicos de nuestra literatura.
Así, surgen del poeta unos sonetos, que dejarán su firma sobre la historia para que, en otro tiempo, pueda comprobarse que, en esta época que acoge con tanto regocijo la mediocridad, superviven los grandes maestros de la poesía de siempre. Sonetos, que el poeta ha nutrido con estrofas dignas de constar en la antología más preciada de la memoria, y supervivir en el abrazo popular que expande, sin medir tiempos, el canto que irrumpe con naturalidad de una fuente poética cultivada.
¿Cómo pueden morir estos maravillosos tercetos en los sótanos de la apatía mundana que todo lo extingue?: Cósmico reo de morir terrizo,/ greda, pizarra, páramo por pecho:/ páramo abierto a la ira del granizo./ Cristo más Cristo en el formón maltrecho:/ si no estuviera loco el que te hizo,/ hubiera enloquecido al verte hecho.
En otro soneto admirable se distingue, con hondura de verdad, la razón que define y defiende la poesía, cuando nuestro poeta es deslumbrado, en el adyacente lugar del tormento y, anhelando ser testigo, nos hace suponer que solamente ha logrado tallar esta joya literaria tras un halo de abandono total, al pie del madero, en el mismo calvario.
La nuca del malhechor atesora la vivencia personal y pasional con la que el poeta concluye, desplomado, con entrega humana, en tres décimas memorables, con las que se da por entero a Cristo, para rubricar, hincando sus rodillas, la reflexión de un hombre nacido para ser bueno.
Con profundidad insondable, el poeta acentúa su análisis existencial en el único poema sin rima, que titula Perdona a tu pueblo Señor. En él queda patente el sello de su agudeza más asombrosa, al componer con ironía y realismo la cruda exactitud que nos asedia, cuando un supuesto Eje Tecnológico con mando en plaza, entre otras cosas, le dice a Cristo: Se le prohíbe, mientras tanto amar/ y sus colaterales ejercicios:/ curar hemorroísas y leprosos,/resucitar a muertos,/ clonar (es importante) comestibles/ sean del tipo que sean/( por ejemplo, los panes y los peces),…
La voz cálida de Antonio Sánchez Zamarreño con eternidad desgrana su poesía ante el etéreo gentío, que expectante la hace suya, como sutil oración, que ha regresado a fortalecer las resonancias dormidas de la nueva catedral salmanticense.

J. M. Ferreira Cunquero

Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca 9.04.09


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