29 de marzo de 2009

SINDICATOS

J M Ferreira Cunquero

El papel de los sindicatos en este momento histórico es tan necesario como difícil. Supervivir sindicalmente en estas aguas arremolinadas, que surcan los cauces socioeconómicos arrasando todo tipo de expectativas laborales, exige un ejercicio de inteligencia e imaginación urgente y precisa.
He conocido de cerca aquella etapa histórica que, en los prolegómenos de la Transición, alimentaba la consigna sindical predilecta de darle leña al mono, hasta que cantase en la jaula como un jilguero. Curiosamente, aquellas metas de la lucha sindical que veíamos con lentes graduadas casi siempre en la utopía, hoy son pura anécdota. A otras ni de lejos nos hemos acercado a su consecución ya que los intereses económicos y sociales fueron mediando como agentes disipadores de aquellas primitivas estrategias.
Logros como los de vacaciones, jornadas de trabajo, el ejercicio de huelga o la propia ley de libertad sindical, junto a otros se consiguieron gracias a las penalidades sufridas por muchos trabajadores y sindicalistas que se dejaron la piel en la lucha.
Ahora son otros tiempos. Tiempos en los que los sindicatos, desde el punto de vista de la negociación, se ven obligados a implicarse en el mantenimiento de los puestos de trabajo, más que en conquistar reivindicaciones, por otro lado casi imposibles ante el panorama caótico que tiene inmerso al mundo laboral en estos momentos: acabamos de asistir a un acuerdo de congelación salarial bajo la premisa de conseguir la fabricación de un nuevo automóvil que asegure de momento los puestos de trabajo.
Claro que esto no puede servir como referencia exclusiva en este fregado empresarial, donde está aflorando, sobre la charca revuelta de la oportunidad egoísta, la rastrera ocasión para echar el cierre en muchas empresas, que simplemente no recaudan en horas bajas lo que venía siendo como costumbre en tiempos boyantes, no tan lejanos.
Pese a las críticas que reciben en general las organizaciones sindicales y, siendo acertadas seguramente muchas de ellas, no se puede caer en el error de devaluar la importancia de su existencia, mientras sea preciso cambiar el esfuerzo por salario. Otra cosa es debatir qué tipo de sindicalismo es el más conveniente para servir e implicar a los trabajadores, o de qué forma los sindicatos actuales deben sufrir una adaptación real y transparente a los tiempos que, a velocidades vertiginosas, van sacándonos del estado del bienestar, para introducirnos en las todavía indescifrables asperezas de una globalización, donde los trabajadores, como el conjunto de la sociedad, van desperdigando por el camino derechos y garantías como si tal cosa.
No debemos olvidar, como ejemplo de lo que puede avecinarse, la reciente intentona que se dio en el Parlamento Europeo, cuando se pretendía alargar las jornadas laborales de forma arbitraria, en un claro regreso hacia la esclavitud más deprimente. Dependiendo de las políticas extrañas o del interés económico de este sistema capitalista agonizante, pueden ser atacados derechos como el de la pensión de jubilación. Cuando el vocerío europeo expande sus bulos, no está de sobra que nos pongamos en guardia, por si las moscas.
De esta crisis internacional ha de surgir una metamorfosis en el sistema financiero, que expandirá sus resonancias hacia el mundo del trabajo, desarrollando seguramente la tentativa de expoliar derechos, bajo el amparo de la falsa tesis argumental de que los trabajadores han de volver a salvar el invento.
Poco más puede hacerse que convocar en las calles movidas, que expresen su disconformidad con este momento contradictorio, en el que nuestro dinero ha caído en los calcetines bancarios sin fondo, mientras la pequeña empresa se ve forzada a desistir en su actividad por falta de crédito. Mal vamos si las PYMES, que generan empleo en provincias como la nuestra, se ven obligadas, por falta de recursos, a saldar el negocio.
Ante este galimatías, los sindicatos, desde mi punto de vista, tienen una misión muy complicada. Pero por muy duras y dramáticas que sean las dificultades, como no puede ser de otra forma, su presencia en el mundo laboral es imprescindible mientras quede un solo trabajador a pie de obra.
El Adelanto de Salamanca 26.03.09

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