15 de marzo de 2009

JUEGO DE ESPÍAS

J. M. Ferreira Cunquero


Cuando, detrás de una ventanilla de cualquier administración, me conceden una licenciatura en impotencia, lo que suelo hacer es recordar a Gila, sacarle punta al asunto y reírme de mí mismo porque, a fin de cuentas, según dicen los enterados de la clase, nosotros, como sustentadores del tinglado administrativo, somos los dueños de todo el invento. Dueños en teoría claro, que luego nos tomamos al pie de la letra las cosas y montamos el cisco al querer traspasar el negocio.
Al vernos sumidos en un trabalenguas, que nos resulta imposible transcribir porque el funcionario de marras pasó mala noche, lo que procede es no intentar estrellarnos contra el muro insalvable de los papeleos absurdos, que en el fondo sabemos que no sirve para nada.
Más aumenta el valor del master en paciencia que podemos conseguir por la facultad del cachondeo, cuando intentas hablar con algún “mandas” del cotarro. Entonces Larra te hace el honor de recordarte que no estás solo en esa procesión de damnificados, que cada día escuchan aquello del “vuelva usted mañana”, que don Iluminado está reunido.
Hay otra diplomatura, que puede obtenerse en esta ciudad universitaria, cuando se te ocurre exponer una opinión que contradiga lo estipulado por nuestro Ayuntamiento. Entonces sienta cátedra la escueta tesis argumental de que la cuestión por la que preguntas, en ningún caso es fruto de un error o negligencia. Ahí es cuando aparecen, con todo tipo de florituras, a colación las decisiones intocables de los técnicos, con lo que queda todo dicho. Cuando los técnicos deciden, obedientemente hemos de acatar lo que se estipule, aunque, eso sí, nadie puede prohibirnos que nos descojonemos de la risa con algunas decisiones que no las mejora ni Chiquito de la Calzada.
En otros casos, nuestro derecho a la ofuscación puede meternos en rebeldías inocuas, cuando descubrimos que el Ayuntamiento no es de todos con la misma intensidad. Vamos…, que tienes un amigo edil y te aseguras la cosecha.
El caso es que, a veces, podemos comprobar cómo los técnicos que asesoran o toman decisiones tan incomprensibles como la de picar un paso de cebra por el que pasaba la gente con seguridad, para trasladarlo a la esquina de enfrente donde, y lo dejo escrito a conciencia, antes o después, todos lo decimos, habrá una desgracia irreparable.
Me refiero a los rayones pintados en la calle Azafranal, esquina a Cristo de los Milagros. Nadie entiende cómo no se ha caído en la cuenta de que allí paran un montón de autobuses, y de que la gente ha de cruzar el paso (este sí que es para cebras) por delante de sus morros, sin tener visión alguna de la circulación que pueda bajar desde la Plaza España.
Es más curioso ver cómo peatones y conductores juegan a ser espías cuando dilatan el cuello para cerciorarse de que no viene agazapado el enemigo. Es cuestión de tiempo que tengamos que lamentar una desgracia en el susodicho paso encerrona.
Los ciudadanos inteligentes, que le dan más valor a su vida que a la decisión del pinta rayas de turno, siguen cruzando, como debe ser, por donde la prudencia les asegura que corren menos riesgos. Lo curioso es cuando un policía municipal te da la razón y, encogiéndose de hombros, te dice aquello de que estas cosas incomprensibles son apuntes pintorescos de quienes pueden permitirse cualquier licencia en nuestro nombre.
Digo yo que procedería observar lo que la gente comenta en la parada del autobús, con esa sensatez que sirve más que los estudios y todas las titulitis que, en ocasiones como estas, dan el cante con tanta soltura, que hemos de imaginar que una ceguera transitoria puede ser el problema que les impida pensar como los demás mortales.
Claro que, si ese paso de cebra se cambiase al lugar que anteriormente no causaba problema alguno para los peatones, alguien debería pagar de su bolsillo los desechos. Y es que en tiempos de crisis todo cuenta a la hora de sanear como Dios manda el embrollo contable.

Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca 12.03.09

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