5 de marzo de 2009

Por fin puede ser



J. M. Ferreira Cunquero

Lo de menos, en estas recientes elecciones, es que los grandes grupos políticos nos aburran con la misma historieta de siempre. Aquí nadie pierde, todos han sido bendecidos, como no puede ser de otra forma, por la fortuna que cocina los resultados al gusto.
De todos modos, en esta ocasión poco ha de importarnos esa memez, que sólo sirve para seguir manteniendo idiotizados a seguidores y militantes. Lo importante, como cuestión a tener en cuenta, es el abrumador triunfo de Núñez Feijóo en Galicia y, por otro lado, la gran expectación que se produce al ser posible que Ibarretxe tenga que dejar el poder que parecía inalcanzable para otros.
El resultado de las elecciones del País Vasco abre diversas posibilidades que pueden suscitar, con la misma fuerza, alegría o decepción, dependiendo de cómo se forme el futuro gobierno. Y es que el bacalao puede ser aderezado con diversas salsas, mientras afila la cuchillería un montón de comensales, sin contar los que pueden unirse al banquete desde Madrid a última hora.
De entrada, Madrazo se va, por méritos propios, al desván político de los mediocres a vestir el traje que sus licenciosas meteduras de pata le han confeccionado a medida. Sólo pensar que alguien puede plantearse, aunque sea de coña, que el PNV, con estos resultados, tiene una mínima posibilidad de seguir subido en la burra del poder, puede lograr que se nos revuelva el sentido común en las entrañas. Claro que la bondadosa oferta del PP, ofreciéndose para que sea lehendakari Patxi López, surge de un ataque agudo de amnesia, que obvia conocer que la lista más votada ha sido la del PNV. Hartos estamos de oír, en los resonantes ecos de los populares que, por una ética democrática, deben gobernar siempre las listas más respaldadas. La anécdota puede servirnos de ejemplo de cómo, en política, sólo hay que esperar unas fechas para que las contradicciones nos recuerden el modo en que nos montan el tablao donde la farsa se pone a taconear apenas suenan cuatro castañuelas.
El caso es que estas elecciones pueden finiquitar en parte el apaño político que nos ha ido acostumbrando a ver cómo se encamaban, lobos y corderos en los jergones de las conveniencias más inconvenientes.
Lo que debe alegrarnos a todos es que, por primera vez, el nacionalismo ha encontrado en las urnas la respuesta social que promueve nuevas expectativas, mientras se ha derrumbado, entre otras cosas, el ridículo plan Ibarretxe.
El problema es que el apoyo del PP, para que sea lehendakari Patxi López, puede poner contra las cuerdas a Zapatero en puntuales asuntos de estado en Madrid. ¿Pero se puede abandonar esta ocasión que nos pone a huevo un cambio real en la convivencia vasca? Sería imperdonable que, en favor de los intereses de partido, se dejase de lado la posible solución del problema más serio y doloroso que sufrimos todos en este país.
Sólo pensar que, el presunto entramado de lisonjas y prebendas con olor a enchufe, montado durante tanto tiempo por la derecha nacionalista vasca, puede estar tocando a su fin, como que da ganas de ponerse uno tontorrón y volver a la creencia de que nuestro voto sirve para algo más que para darle grasa a las llaves del poltroneo cada cuatro años.
EL PSE-EE tiene en sus manos dirigir en la fiesta de pretendientes la gran orquesta vasca, que acompañará el baile del PNV y del PP, sin que olvidemos por más que nos vendan otra cosa, que ambos grupos, con sus matices, son eternos bailadores de derechas. Eso sí, separados por un gran socavón, en el que los nacionalistas vascos son a priori más apetecibles por su experiencia en dejarse querer, cuando son precisos para que Zapatero salga de sus pesadillas. El PP no deja de ser, y mucho más a partir de ahora, en manos de Rajoy, una mosca pica narices a la que empiezan a pintarle buenos tiempos para acercarse a la miel que fabrica -parece ser que como nadie- la Moncloa.

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