8 de enero de 2009

REPUGNANTE REVANCHISMO

J. M. Ferreira Cunquero


Por navidad el bullicio de los grandes almacenes menguaba la machacona y repelente crisis entre monótonos villancicos, que a medio gas descubrieron algunos apuntes de la niñez perdida.
Y ahí estábamos, entre proyectos y esperanzas, cuando la aviación militar israelí enredaba en el cielo del próximo oriente, para mostrarnos el poderío de una maquinaria bélica incontestable. Un juego con todos los comodines de una baraja marcada con las huellas prepotentes de quien se sabe dueño y señor de la zona. Vamos, que esta demostración de fuerza vuelve a ser un alarde descomunal para responder a los cuatro petardos de feria que los insensatos ultras palestinos lanzan, más que para atacar a Israel, para hacerle daño a su propio pueblo.
Hamás, actuando de esta forma insensata, sin medir consecuencias, por mucho odio que acumule en los archivos más recientes de la memoria, incurre en la clara responsabilidad de poner en marcha la mortífera destrucción de la ratonera, que seguramente fue construida para rematar con saña una vil estratagema invasora.
Este conflicto hinca, desde hace mucho tiempo, las raíces del desastre en los surcos del odio, donde sólo puede madurar el fruto de la desdicha. Hamás, en ésta como en otras ocasiones, ha vuelto a encender una maquinaria, engrasada como pocas, para responder rotundamente a la provocación que ha dado alas a quienes, en estos momentos, se complacen en alimentar animadversiones en mezcolanzas electorales y repugnantes revanchismos.
Los muertos de la violencia tienen el mismo valor en uno u otro lado del gueto, que se alza como una vergüenza, aprisionando injustamente al pueblo palestino. Una vez más podemos hacer todo tipo de matizaciones o conjeturas. Pero la realidad nos supera, cuando quienes deben parar esta carnicería humana, desde los foros internacionales, defienden con la voz de los cobardes un asqueroso interés político, que huye por enésima vez del razonamiento o del dolor humano.
Recobran forma las imágenes de aquellos niños palestinos, cuando los soldados israelíes les machacaban entre risas las manos contra unas rocas, o aquéllas en las que un Ariel Sharón turbulento, en la explanada de la mezquita, provocaba otra intifada cuando presumíamos, como tantas otras veces, el cercano horizonte de la paz imposible.
Pero ahora no podemos mirar para otro lado, cuando se masacra de nuevo con tanta soltura a los inocentes. Menos, cuando se impide la entrada de ayuda humanitaria en ese cerco miserable, que es un insulto para este mundo civilizado. Un mundo sordo para oír el alarido de la muerte o el sufrimiento que sazona con grito demoledor la injusticia.
Que un misil busque el impacto sobre un miembro destacado de Hamás y se lleve por delante a ocho chiquillos y a una mujer, más que un acto de guerra, es un vil asesinato que no tiene justificación alguna.
Los niños. Otra vez los niños, asesinados por la fábrica de la muerte, que avanza sin humanidad alguna, trillando arbitrariamente de nuevo la vida.
Y mientras tanto ahí tenemos a George Bush apoyando a Israel, con la voz agónica de quien tiene la gracia del poder absoluto, para no rendir cuentas por sus propios desmanes. Todo encaja para comprender que este momento histórico nos sitúa una vez más sobre la escena de un gran teatro, donde los papeles están repartidos de tal forma, que nadie puede optar a la rebelión que modifique el desenlace de un drama escrito de antemano por los dramaturgos poderosos de la tierra.
Israel invade la Franja de Gaza para trillar el campo de sus caprichos. El viento limpiará la paja que deje el grano sobre la era del odio que suministra los grandes silos de la pobre tierra. Eso sí, la ONU y toda la fanfarria internacional vuelven a lucirse, haciendo el más vulgar de los ridículos ante el reto israelita que desprecia con luz y taquígrafos los derechos humanos.
Algún día, quizás nos arrepentiremos todos de este desbarajuste mundial, que muerde constantemente los intestinos de los pueblos más perseguidos y vilipendiados que se diseminan por todo el planeta clamando justicia.


Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca 08.01.09

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