1 de mayo de 2008

INMIGRANTES (II)

J.M. Ferreira Cunquero
Escritor

Aparte de recordar, en este cajón de los ruidos como lo hacía la semana pasada, a las gentes que se juegan la vida surcando el mar muchas veces para nada, hay otras personas que llegan a nuestro país utilizando medios y formas que podrían ser todo un tratado sobre la nueva picaresca internacional de este tiempo. La meta para la mayoría de estos inmigrantes es conseguir esos papeles que, aunque sea triste decirlo, es verdad que catalogan a los seres humanos como individuos legales en esta zona privilegiada del planeta. Durante estos días, mi correo electrónico se ha poblado de mensajes que trataban de justificar el control férreo que debe hacerse a los inmigrantes bajo premisas de falsas autodefensas y matices con tono chirriantemente inhumano. Sobra decir que uno ve bien esa decisión del actual Gobierno socialista que busca generar, en los países donde nace el conflicto de estas aventuras suicidas, planes de acercamiento y ayuda para paliar el problema que promueve este tipo de migraciones. Pero ya que se me ha echado pimienta con tanta desmesura en el guiso, voy a intentar darle cuatro vueltas al caldo para que se mezcle bien el potingue en la olla. Es muy fácil decir aquello de que la gente de fuera viene a robarnos el curre, o soltar esa otra peladilla xenófoba que pone la generalidad como rasero montando imaginativas ruedas de delincuentes, mientras se esgrime la falacia de que todos los inmigrados son iguales. Siendo verdad que muchos de ellos consiguen el papeleo para obtener la condición de personal legalizado, se me ocurre caer en la cuenta de que existe, en estos momentos, una mano de obra invisible que, por ilegal, se sostiene en unos parámetros de esclavitud que levantarían muchas ampollas, si al pronto se destapase lo que, bajo cuerda, se está guisando en el cutre cocineo laboral de este país. No me refiero a empresas donde las posibles inspecciones logran, a través del miedo, guardar la viña. Mi punto de atención se sitúa en aquellos antros donde el empleador carcamal, desorientado en exclusiva hacia el dinero, encuentra el chollo de las nóminas ficticias que abultan entre otras lindezas la pasta real percibida por sus trabajadores. El problema es que la necesidad encuentra en estos tiempos, con tanto inmigrante ilusionado, demasiadas dianas obreras donde clavarse. Cuando con doscientos euros puedes mantener al marido y la prole con sobrada dignidad en tu país de origen, si te dan techo y manutención encima, es fácil creer que has encontrado por fin el paraíso. El servicio doméstico en todas sus variantes, pero sobre todo en la del cuidado de ancianos, es un destino para muchos de estos trabajadores de baja calificación académica que no constan en ningún listado controlable. Estos sin papeles, fíjate tú por dónde, colaboran a mantener nuestro cómodo sistema, sin importarnos su ilegalidad cuando el abuelo de turno necesita compaña. Que alguien que tiene una señora al cuidado de un anciano veinticuatro horas al día por cuatrocientos euros, sin seguridad social, tilde de permisivo al Gobierno por la llegada masiva de cayucos, es para vomitar si falta hiciese, metiéndose uno los dedos hasta los tobillos Mejor será que desinfectemos el cajón y pasemos del tema, no siendo que la hipócrita carcoma venga y se cepille las cuatro tablas que todavía lo mantienen.

Publicado en El Adelanto de Salamanca, 24.04.08

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