8 de marzo de 2008

Por fin votamos

Por fin votamos

J. M. Ferreira Cunquero

Estoy sin vivir en mí. La desolación me embarga de tal manera que no sé qué hacer todavía con mi voto. Y es que no me ha servido de nada repasar minuciosamente todas las promesas que me han ido haciendo a lo largo de esta interminable campaña.

El no encontrar quien me embelese de una forma rotunda, me hace suponer que a lo mejor soy un bicho raro entre tanta gente que dice tener la cosa muy clara.

Los monólogos teatrales, los han repetido en tantas ocasiones, que al final tengo la sensación de haber estado con un bolsón de palomitas, a todas horas, frente a la tele. Pues ni eso me ha sacado de dudas, pues en dichos encuentros pude apreciar fotocopiados los aburridos debates de la crispada legislatura. La única diferencia fue ese punto morbosillo, que suele darse en los encuentros de fútbol que suenan a tongo. Los dos candidatos dieron la impresión de que no se lanzaron descaradamente a por el triunfo, por auténtico terror a dejar desguarnecida la defensa en cualquier instante de euforia. Y es que la televisión, aunque no digas nada, impone de tal manera que lo mejor es guardar lo que tienes en la viña por si vienen a deshoras los pardales y te pican la uva.

De las encuestas y profecías, hasta que no se dé el recuento, mejor es no meterse en camisa de once varas, aunque no es difícil presuponer quien va a gobernar si se diese ese empate que tanto se cacarea. Si esto fuese así, asistiremos otra vez como invitados de piedra a negociaciones que buscarán, a cambio de apoyos, las chichas que nutran la gran barbacoa nacionalista. Una vez más la humareda democrática volverá a poner, sobre el inútil mostrador de las consideraciones, esta ley electoral que no mide equitativamente los deseos del gran conjunto de los ciudadanos.

De esta guisa, el bipartidismo sigue acotando terrenos que delimitan con grandes alambradas los espacios, donde otros partidos, más que crecer en sus pretensiones, se derrumban ante el muro de la realidad impenetrable. Del resto se encarga el tan buscado voto útil, que nace más como castigo para quien no tragas ni con gelatina, que como necesidad de alinearte con quien crees que merece hacerse con las llaves de la Moncloa.

Pese a todo, esa predecible igualada debe ser, aunque no sirva de mucho, mejor asimilada que cualquier apisonadora de las mayorías. Cosa que, por las lecciones que hemos recibido con la derecha y la izquierda en sus inolvidables mandatos, nos hace ser, cuando menos, especialistas en esta materia.

De todos modos, por muy militantes que seamos de la indiferencia, es bueno que la participación masiva refleje en las urnas que estamos de alguna forma mayoritariamente con el sistema democrático.

Luego hemos de volver a poner granitos de arena en la báscula de la esperanza, deseando que aparezca ese tiempo que haga posible que los asuntos de estado sean para los políticos una exigencia de responsabilidad, que prohíba utilizarlos como palabreo miserable para conseguir unos votos.

Pese a mis dudas, tengo auténtica necesidad de percibir otra vez que, al depositar mi voto, ejerzo el derecho por el que tanto soñé en la época de las oscuras trayectorias por el desierto del miedo, cuando la libertad era sólo una quimera que habitaba las alcobas más puras del sentimiento a escondidas.

Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca 6.03.08

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