24 de febrero de 2008

SEÑORA ECONOMÍA

SEÑORA ECONOMÍA

J. M. Ferreira Cunquero

Cuando creíamos que la economía era uno de los más consistentes cimientos de la cuenta de resultados que el gobierno socialista podía presentar, se produce esta movida económica que estando ya en boca de todo el mundo se va a convertir en el filón que necesitaba el PP para centrar su campaña.

De todos modos, es bueno recordar que el barril de petróleo en los años de Aznar estaba como en treinta o cuarenta dólares, cuando ahora casi triplica su valor. Por mucho que nos enreden, es fiable asociar, como referencia significativa, las brutales subidas de tan preciado hidrocarburo a las épocas de crisis. Más aun cuando, al estar en la Europa comunitaria, el gallinero revuelto debe hacernos suponer que aquí, lo de ser quijotes y soñar que somos intocables no puede cuadrar con el ambiente globalizado que nos engulle.

Si ZP puede tirar la casa por la ventana con esa coña carnavalesca de los 400 eurazos, será -digo yo- por estar seguro de que las arcas están tan atiborradas, que hay que soltar lastre no vaya a ser que nos ahoguemos en tanta riqueza.

Pero es que, en el otro lado, para que antes de la traca no falte ningún chispazo ocurrente, Rajoy nos dice que va a bajar los impuestos con el propósito de que aumente nuestro poder adquisitivo. A tan respetable candidato del PP tampoco le cojo el epicentro de su discurso. Es decir, si lleva aburriéndonos con su eterna letanía de que el trabajo de Solbes deja mucho que desear, ¿cómo es posible que por otro lado nos diga que se puede disminuir de forma evidente la sangría de nuestros bolsillos?

La realidad es que muchos ciudadanos vivimos en otra sintonía que empieza a hacernos percibir una desconfianza que no es nada gratificante. Las cifras del paro y la subida de precios, entre otras cosas, nos hacen predecir que no estamos preparados para escuchar estas monsergas de la abundancia ficticia.

Y es que aunque seamos analfabetos en materia económica, podemos dar lecciones en las facultades de la calle. Sí, aquí abajo, donde uno se percata de cómo el careto de gilipollas reaparece apenas sales de la frutería con más aire en los bolsillos que la costa gallega en pleno mes de diciembre, o cómo te quedas medio atolondrado cuando pagas en cualquier tasca cutre la birria del raquítico café mañanero.

El redondeo que, sin control alguno, se ha establecido como norma en todo tipo de intercambios es una de las mayores estafas legales que el libre mercado ha convertido en costumbre para nuestra desgracia como consumidores.

Cuando nos decía el gobierno que había que olvidar la peseta, tenía razón. Mejor olvidar, porque si valoras las cosas con aquella medida monetaria que tanto echamos de menos, caes en la cuenta de que eres casi atracado continuamente desde un mostrador, por mucha sonrisa que se incluya como detalle añadido en el precio.

Es decir, que por muchas milojas que nos den, el merengue de los recursos familiares se ha entumecido a cuenta de que el salario se evapora antes de finalizar el mes, con una soltura que indica, por mucho que nos prediquen, que la economía casera es una castaña. Unos y otros -no falla- siguen en la inopia. Es la patología que sufren quienes, viviendo en la abundancia, creen que la riqueza se pega.

Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca 07.02.08

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